Tregua de Navidad

No podemos abandonar nuestro destino en manos de condicionantes que no dependen de nosotros

Si hoy me tocara la lotería haría…! ¡Como pille un pellizco me voy a dedicar a…! Con estos pensamientos y otros parecidos nos despertamos hoy millones de españoles. Y es que, aunque tener ilusión y fantasear es algo tan necesario como sano, en unas horas a la inmensa mayoría se nos habrá esfumado nuestro sueño y continuaremos bregando con el día a día. La razón no es otra que vinculamos nuestro deseo a un suceso que no está en nuestra mano. Si la sonata del nene de San Ildefonso no coincide con nuestro boleto se acabó el asunto. Pero el dilema emerge cuando nuestro mecanismo de deseo sigue a menudo este mismo patrón. Introducimos un condicional para que podamos avanzar en nuestro anhelo: "si (añádanse circunstancias ideales) entonces haré (escríbase el deseo)". El condicionante necesario es, habitualmente, algo que queda fuera de nuestro alcance. Por tanto todos esos deseos tienen, en realidad, probabilidades "sanidelfonsiles" de hacerse realidad.

Si lo que buscamos es imaginar escenarios improbables y solazarnos en estos pensamientos pues todo en orden, claro que sí. Empero si lo que tratamos es de satisfacer verdaderamente metas, objetivos y aspiraciones este mecanismo se convertirá en un surtidor inagotable de frustraciones. Si necesitamos esperar a que los astros se alineen, nuestro jefe tenga un buen día y el Almería suba a primera división vamos dados. La realidad es otra y la nuestra no va a cambiar mucho aguardando a encontrar el momento perfecto.

En diciembre de 1914 soldados alemanes, franceses y británicos llevaban combatiendo varios meses. Se disparaban y bombardeaban porque otros más listos y cobardes así lo habían decidido. Eran enemigos. La semana previa al 25 de diciembre alguien decidió que en esas fechas tenía menos sentido que nunca matarse mutuamente. Una tímida bandera blanca ondeo en un lado de las trincheras, otra le respondió en seguida. Pronto, a lo largo de todo el frente, hombres de uno y otro lado hicieron lo que parecía imposible dadas las circunstancias. Intercambiaron felicitaciones, pequeños obsequios, heridos y prisioneros. Célebre es la fotografía de un partido de fútbol jugado entre ambos ejércitos.

Las ordenes eran seguir disparando, el de enfrente era un terrible adversario. Era la mayor guerra que el mundo había conocido. Aún así no decidieron esperar a que las condiciones mejoraran. ¿Por qué habríamos de hacerlo nosotros?

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