Truco o trato

Tiempo de castañas y no de calabazas, esgrimen los detractores de Halloween ante la identidad perdida

Las amenazas pueden materializarse de variopintas maneras para perturbar el ánimo de los afectados por la intimidación. Y, cuando son festivas, ya no son amenazas, sino juguetonas y lúdicas formas con las que hasta se celebra una tradición. Así ocurre en la escatológica noche de Halloween, al tener permiso los difuntos para darse una vuelta, venidos de ultratumba, por los confines de este mundo, donde los mortales celebran estar todavía vivos. Y que queden lejos los días postreros, cuando en el recibidor del purgatorio -viene al caso- se espera a las almas en pena, a fin de reunidas en la compunción.

Los detractores de la celebración de Halloween sostienen la cada vez mayor influencia foránea, que lleva a adoptar tradiciones ajenas y a que se desplacen o desdibujen las propias, cuando no coinciden, como es el caso, en una sucesión de cierta afinidad: Halloween es la víspera del día de Todos los Santos, el 1 de noviembre, al que sucede la celebración, por la Iglesia, de los Fieles Difuntos, el día 2. Pero este Halloween contemporáneo y posmoderno tiene poco que ver con sus orígenes de vísperas de los Santos, cuando se proclama que la santidad es también una condición anónima y extendida, aunque no haya sido ensalzada con un reconocimiento canónico.

Tiempo de castañas y no de calabazas, esgrimen con jocosa animosidad los adalides de la identidad perdida, y despotrican sobre qué demonios es eso del "truco o trato", tan propio de las infantiles rondas callejeras de Halloween, aunque una traducción más ajustada acaso sea "susto o dulce". Con el origen de una remota tradición celta por la que, libres para vagar por la Tierra los espíritus de los difuntos, se colaban entes de otra procedencia espiritual más proterva, como uno especialmente malvado, con el que más convenía aceptar el trato que temer los "trucos" de sus malévolos poderes: maldecir la casa y a sus moradores, acabar con el ganado o incendiar el hogar. De ahí que se procurara ahuyentarlo con el inocente horror que provocaban los agujeros de una calabaza, con una vela dentro, para simular un rostro. Los niños de hogaño se conforman con dulces o golosinas y los trucos son ligeras trastadas, porque la tradición bien merece ser mantenida, aunque se recree su origen ancestral. Si bien, desalmados hay, ya metidos en años, que endemonian, de forma nada genuina, la celebración nocturna.

Mas no han de faltar, en fin, buñuelos de viento y huesos de santo, para gloria de los muertos… y de los vivos.

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