Turismofilias y aporofobias

Recibamos el recién llegado 2018 gozosos y ajenos a los turbadores signos auroreales con que asoma

La Se cerró 2017, azuzando sobre nuestro destino variopintos destellos perturbadores: que si acogimos a más de 70 millones de turistas que nos dejaron más de 90.000 millones de euros en gaitas; que si la Fundeu, de la RAE eligió la palabra aporofobia, que designa el rechazo del pobre, como la voz más novedosa del año finado; o que si en China, que cada día está menos lejos, se viene ensayando un sistema público de clasificación de ciudadanos, similar al que usan las agencias de calificación de riesgos para la economía de empresas y países, pero ahora para medir la confianza que merezca cada hijo de vecino al pedir un crédito bancario, al acceder a un puesto de trabajo o para crear un negocio. Bien mirado, nada nuevo bajo el sol, de acuerdo. En cualquier pueblo, todo el mundo ha sabido siempre de qué pie cojeaba cada quién. Y desde hace décadas, siempre se ha recibido a los turistas solventes, con palmas, coplas y vino. Cuantos más millones, mejor. Aunque a la vez se ha mirado con recelo, a veces incluso con hostilidad, a los forasteros sin recursos ni crédito con que costearse un techo. Los pobres nunca son bienvenidos en ningún lugar. Lo singular del 2018 que nace, es que, por fin, podremos verle ya de entrada el plumero a cada cual y a llamar a cada uno por su nombre. Que ganamos claridad socioambiental, vaya, con un poderoso soporte informático global, de origen chino, que permitirá distinguir, por fin, entre la turismofilia a los deseados visitantes "triple A" y la aporofobia ante los "visitantes basura" indeseables. Y según su grado, así será el trato. Incluso el no trato, porque a esos últimos mejor mantenerlos, como hasta ahora, invisibles y callados. Los de fuera, en sus caóticos países o en esos campamentos para refugiados que ni miramos, ni vemos, claro, sin identidad, sin derechos ni dignidad. En su sórdido mundo de mísera supervivencia, en el que por no existir ni existen clases sociales. Solo una masa informe y un desagradable hedor de heridas sin cura y a orines sin orinal. Y los de dentro, en sus guetos, donde acaso sí haya clases, pero pocas: los que abusan y los abusados, La pobreza no da para más. Ni tampoco es cosa de iniciar el año recordándola. Los humanos no resistimos demasiada realidad (T.S. Elliot). Así que recibamos 2018 gozosos y ajenos a los turbadores signos auroreales con que asoma y que no conducen, precisamente, a Belén. Mientras se pueda.

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