La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

La Universidad sobrevalorada

La Formación Profesional sigue considerándose cosa de pobres y torpes. Como hace cuarenta años. Eso no cambia

Es como si no hubiera pasado el tiempo. A España le hemos dado la vuelta como a un calcetín, pero hay pautas culturales que parecen inmutables y mentalidades que se resisten a la evolución. La universidad continúa siendo el anhelo familiar más sagrado y la formación profesional el castigo más doloroso. Como hace cuarenta años.

El 35% de nuestros jóvenes entre 25 y 34 años no tiene el título de Bachillerato ni de Formación Profesional equivalente. Es uno de los porcentajes más altos entre los 35 países industrializados de la OCDE y varios asociados más (Panorama de la Educación 2017) en esta modalidad especial de ninis. Y lo peor: estamos estancados desde 2005, no se ve ninguna mejoría. Un problema estructural del sistema educativo, pues.

Nuestros padres y abuelos de las clases medias y bajas hicieron grandes sacrificios para que accediéramos a la universidad y convertirse en el primer licenciado de la familia era todo un hito que se celebraba y del que se presumía. Un signo de triunfo, progreso y éxito social. Completamente lógico. Lo ilógico es que eso mismo ocurra ahora, cuando los estudios superiores están al alcance de casi todos y tampoco es que garanticen un brillante porvenir profesional.

El problema es que esta sobrevaloración de la universidad va acompañada de la consiguiente minusvaloración, cuando no estigmatización, de la formación profesional, en la que solamente se matricula el 12% de los jóvenes españoles que culminan la enseñanza obligatoria, menos de la mitad de la media registrada en la OCDE. Se sigue considerando que la FP es cosa de pobres, torpes o vagos. No tiene por qué ser así.

Ni debe serlo. Cierto que una licenciatura universitaria abre más puertas al mercado laboral que un oficio bien aprendido, pero con matices importantes: hoy día se colocan con más facilidad los universitarios, pero en empleos precarios, mal remunerados y demasiadas veces ajenos a la cualificación obtenida en graduaciones y másteres. Es una falla social y cultural: inasequibles a las evidencias, estudiantes y padres sostienen el prurito de colgar en la pared un título universitario, por lo demás de escasa calidad y discutible proyección.

Es difícil alcanzar el pacto educativo que España necesita a causa del sectarismo de los partidos políticos implicados. Pero no tendría que serlo en este punto: impulsar la Formación Profesional y cambiar la mentalidad social que ahora la relega a un papel secundario. Como hace cuarenta años.

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