Utopianos

Hace falta una nueva visión de la cultura como herramienta transformadora y no como un ente con fin en sí misma

Solemos ser críticos con las religiones y las metafísicas heredadas y con las posturas políticas que nos conducen a las falacias y los lugares comunes; y, al mismo tiempo, nos dejamos llevar por las ideas y argumentos apetitosamente razonables que están dentro de la estética de la cultura de masas, sin darnos cuenta de la contradicción.

Este fenómeno se produce porque el ser humano sigue siendo un animal religioso en tanto y en cuanto su comportamiento responde a parámetros vinculados a la trascendencia. Como adelantó Gustavo Bueno, en el occidente laico la necesidad de trascendencia ha migrado de la religión hacia la cultura, asentándose en esta con la misma intensidad. Nicolas Wade y Emerson dijeron algo parecido al respecto: el trascendentalismo sigue presente amén de reconocerlo o no. Hablamos de autoindulgencia, de liturgias personales vinculadas a las estéticas de consumo, de producción cultural solo desde la zona de confort y etc. Tenemos autos de fe con nuestras necesidades de estética cultural ya que nos proporcionan, desde el agnosticismo, la trascendencia suficiente para huir de lo cotidiano. No obstante todo esto puede ser muy peligroso y hasta una trampa. Usemos el ejemplo de las utopías, grandes productoras de emociones. La fe en una idea se convierte en fuente de salvación religiosa, pero en el momento en el que no se trasforma en pragmatismo deriva hacia la falacia y la quimera. Los grandes problemas de la utopía son la impaciencia de los utopianos y los radicalismos. ¿Cómo lo atajamos? Pues con la conversión en pragmatismo. Pero eso necesita una gran dosis de paciencia de la que carecen los utopianos.

La mayoría de estos exigen resultados inmediatos e imponen su criterio de implantación sin tener en cuenta lo contingente, los recursos y el contexto de intervención; por otro lado cuestionan los productos utópicos si carecen de un solo adjetivo (solo uno). Pero como digo, la única manera de evitar esto es la vía del pragmatismo y para ello hay que contar con la paciencia y un deseo de construir pilares antes de plantas. En realidad es una forma de aminorar la trascendencia cultural y el comportamiento religioso de nuestros autos de fe culturales. Parece que está pendiente la visión de la cultura sin fin en sí misma y como herramienta de trasformación social. Creo, además, que esa óptica de la cultura se hace cada día más necesaria.

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