Cambio de sentido

Uy, lo que ha dicho

Muchos corren la linde que separa la libertad de expresión de otros derechos según les conviene

Miguel de Molina suena de fondo mientras me arreglo cuando, de pronto, lo que canta me hace salirme de la raya del ojo. "Uy, lo que ha dicho, Valtònyc lo firmaría". Prosigue el tanguillo. A la siguiente estrofa, pegotón de rímel: "Uy, lo que ha dicho, Maluma se lo compraba". Ya quisieran para ellos estos raperos la postura vital del malagueño, su sprezzatura y la gracia inmensa de esa letra "¡Uy, lo que ha dicho! -se escucha decir por lo bajo a todo quisque-. ¡Que le azucen a los fiscales, que le tapen la boca, que la prohíban, pleitos tenga, boicot!". Muy ligera se corre últimamente la linde que separa la libertad de expresión de otros derechos según nos convenga. Ahora, la cosa se podría resumir así: "Si me ofende a mí, es ofensivo. Si me complace, es libertad de expresión frente a la dictadura de lo políticamente correcto. He dicho. Y tú te callas".

Dicen unos: el autobús sexador de Hazte Oír, ¡libertad de expresión!; la vulva en parihuelas, ¡al juzgado!; los pezones de mi prima por el Facebook o el burkini, ¡no lo sabemos! Dicen otros: el autobús de Hazte Oír, ¡al juzgado!; la vulva en parihuelas, ¡libertad de expresión!; los pezones de la prima y el burkini, ¡no lo sabemos! Mucho Je suis Charlie, pero con mi credo no bromea ni Dios. (¿Sería viable reeditar hoy el disco Flamenco Billy con la portada de 1995, o el mítico Veneno con la imagen de 1977? ¿Podría hoy tuitear Cortázar su poema A un general?). Junto al fotograma de Dani Mateo limpiándose los mocos con la rojigualda, corría por las redes una foto de un guardia civil limpiándose el culo con la catalana. Un gesto similar -este último con el agravante de tratarse de un orificio benemérito- ha provocado sentimientos enfrentados. Las redes han subido el volumen estridente de ofensores y ofendidos, muchos de los cuales reaccionan ofendiendo, y así hasta el linchamiento. Embozados bajo alias, hay quienes muestran su verdadero rostro, y dicen embalados lo que jamás se atreverían decir a cara descubierta. Esta espesa polvareda acaba convirtiéndose en noticia y, muy seguramente, también en dinero, o en réditos personales. He aquí el quid de la cuestión: ¿quién saca partido de esta España ensordecida?

Hubo un tiempo en que el escándalo era un acto político, una manera -divertida incluso- de atizar el fuego social hasta avivarlo. No lo movía el consumo ni la fama espuria, sino que las combatía. También se cobraba caro, ¡ay Pasolini! Mas no era en vano.

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