VIGENCIA DE BERKELEY

En un contexto donde el universo mecanicista de Newton era aceptado casi sin fisuras, surgió el irlandés Berkeley

A finales de siglo XVII ya estaban sentadas las bases intelectuales que condujeron a la Ilustración, el período que abocó a las revoluciones y a la sociedad contemporánea. Para entonces estaban definidas las líneas maestras del racionalismo y del empirismo, las dos corrientes que parieron la ciencia y el conocimiento modernos en detrimento de la cultura tribal que sustentaba en el relato mítico la relación del hombre con la naturaleza. El método deductivo del racionalismo o el inductivo de la ciencia planteaban las vías humanas para conocer la verdad objetiva. Descartes o Leibniz se destacaron en el racionalismo puro y los empiristas ingleses Locke y Hume unieron la filosofía a los límites del conocimiento científico. En un contexto donde el universo mecanicista de Newton era aceptado casi sin fisuras, surgió la figura del irlandés Berkeley para cuestionar la tradicional separación entre el pensamiento y el mundo exterior, entre la materia física y la conciencia personal. Tanto en el racionalismo como en el empirismo se partía de una evidencia; de un lado está el hombre que aspira a conocer la verdad y de otro está la realidad, la materia exterior del mundo, cuyas reglas internas y verdades aspiramos a desentrañar. Los límites entre una cosa y la otra, tal vez la piel que envuelve nuestro cuerpo para muchos, nunca estuvieron -ni están- claros. Berkeley eliminó en su arriesgada tesis estos límites y afirmó que la realidad física solo existe en función de que sea percibida o pensada por alguien. La existencia de la materia y el espacio absoluto newtonianos saltaban en pedazos en su filosofía. La conciencia no interactúa con el mundo, es el mundo. De un plumazo queda borrado el mundo material y el universo se confina a un estado mental o de conciencia. El inquietante pensamiento de Berkeley, nunca aceptado por nuestra sociedad moderna, hay que enmarcarlo en su condición de sacerdote anglicano, cristiano por tanto. Su frase favorita fue siempre aquella cita en la que San Pablo definía a Dios como "aquel en quien somos, nos movemos y existimos". Esta afirmación pseudopanteísta nos ubica como parte del todo y difumina los límites entre nuestra conciencia y el resto del mundo. La física más actual empieza a transitar, desde hace un tiempo, los caminos del inmaterialismo y, probablemente, las tesis de Berkeley nos sirvan para aceptar nuestra imposibilidad de acceso a una verdad absoluta del conocimiento.

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