La tapia del manicomio

Vacaciones en el mar

Toda la vida con quejas del turismo de alpargata y ahora que vienen con dineros para unas cañas también quejas

No hay que ser Casandra para darse cuenta de que a los cruceros por el Mediterráneo les quedan pocas singladuras: hemos visto un gran paquebote en el muelle de Almería y hemos pensado ¡cómo estará la mili cuando mi Frasquito es cabo! O, como se decía antiguamente, cuando un pobre come pescada, uno de los dos está malo. Desde hace pocos años están viniendo cruceros con cierta frecuencia, pero de tamaño regular. El que hemos visto en el puerto el viernes era un pedazo de barco, de esos que tienen más pisos que el Empire Estate. Y eso solo en la obra muerta, es decir, en lo que se ve. Porque lo que lleve debajo de la cubierta principal, como ya no les ponen ojos de buey no hay manera de saberlo desde fuera. Cuando se ven estos bichos en un puerto de tercera, tal que el nuestro, a fuer de no estar acostumbrados sólo cabe pensar que este negocio está tocando fondo. No porque haya menos barcos o menos pasajeros, todo lo contrario. Se ha llegado a tal saturación que la contaminación que provocan está consiguiendo ya que los defensores del medio ambiente estén que trinan. Parece que en Venecia, uno de los sitios más bestialmente invadidos, van a prohibir su entrada cualquier día de estos. Siempre que se generaliza una cosa inicialmente pensada para los ricos, surgen estos "inconvenientes". Y es que la mucha gente es para la guerra. Antes, los cruceros llevaban menos pasajeros que tripulantes, cosa normal ya que potentados siempre ha habido pocos. El alto precio del pasaje era una consecuencia de ambos factores. Ahora que los precios de los cruceros están por los suelos, a toda la tropa nos ha dado por montar en barco, como en la serie Vacaciones en el mar. Un poco más y nos creemos Onassis o Niarchos. Sí, hijo, si. Ahora, en los cruceros va uno apelotonado, ya que el que menos lleva tres mil pasajeros y mil y pico tripulantes. Sólo con el gasóleo que gastan, los excrementos, los desperdicios de las cocinas, el agua de las bañeras y las vomitonas de los que se marean, ponen el mar peor que el río Tajo a su paso por la Comunidad de Madrid.

La verdad es que somos unos coñazos: toda la vida quejándonos del turismo de alpargata, y ahora que empiezan a venir unos visitantes que al menos llevan dineros para unas cañas con tapa y unas postales, también nos quejamos. Parecemos Ada Colau.

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