Vacúnese quien pueda

Aquí hay listos que se saltan cualquier barrera moral, se prevalen de cargo y se llevan una vacuna que no les tocaba

Por mucho que lo intentemos, no podemos abstraernos de las noticias. A veces, nos felicitamos; otras, nos preocupamos; muchas, nos irritamos. Estamos sometidos a un constante bombardeo informativo, sobre todo cuando nos rodea una crisis tan impresionante como la del COVID-19, de la que no sabemos cómo ni cuándo vamos a salir y no nos queda más certeza que la incertidumbre del presente y la oscuridad del futuro. En estas situaciones, igual que en cualquier otro momento crucial para un pueblo, se pone a prueba a las personas y comprobamos de qué pasta está hecho cada uno o cuánta pasta está dispuesto a soltar.

Quisieran los Dioses que solo nos alcanzaran los ecos de la esperanza, de los avances y las buenas acciones, pero parece imposible. Como Sísifos, todos los días empujamos cuesta arriba la roca de la confianza y nos llega de inmediato un aluvión de noticias que la arrastran abajo, y así una y otra vez hasta que, poco a poco, las fuerzas flaquean y la gente se va quebrando. Lo llaman "fatiga pandémica" igual que podrían haber inventado "Sisifismo", "oligoelpidia" o vaya uno a saber qué cosa. Odiamos y amamos, nos empeñamos y nos apartamos y, por mucho que nos pregunten, solo sabemos que ocurre y nos atormenta la existencia.

Perdida la fe, muere la solidaridad. Se golpean pasajeros y tripulación luchando por una de las pocas balsas del Titanic. Si alguna vez se cumplió, ya no sirve aquello del De finibus de Cicerón de que hay que anteponer la virtud del alma a la del cuerpo o, más claro, darle más importancia a los principios que a la supervivencia. Sin embargo, aquí hay listos que se saltan cualquier barrera moral, se prevalen de cargo e influencia y se llevan una vacuna que no les tocaba. Lo peor es que encima nos tomen por rebañasuspiros y, con santa desvergüenza, se empeñen en convencernos de sus razones para el sálvese quien pueda. Esos rapiñajeringas, al vomitar sus trolas y pretender que nos las traguemos, rompen igualdad y solidaridad humana y las vuelven un indecente duelo al sol. Todo por un puñado de dosis. Ahora bien, deberíamos preguntarnos, antes de montar en cólera: "¿Haría yo lo mismo que ellos si me ofrecieran la ocasión de vacunarme aunque no me correspondiera?" Mirémonos en el espejo y respondamos, pero con cuidado, no vayamos a toparnos en ese cristal con nuestro peor enemigo gritando: "¡Vacúnese quien pueda!". De verdad, ¿qué contestarían?

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