El pasado viernes se conmemoró en el Congreso el 90º aniversario de la aprobación por las Cortes del voto femenino. El logro no fue pequeño. Hubo oposición desde todos los rincones de la nación y de todo el espectro político, cada uno con sus razones. La celebración oficial reconoce de una vez por todas la figura de Clara Campoamor, aunque hasta ahora la figura femenina de aquella época más considerada era Victoria Kent. Victoria fue diputada en las Cortes de la Segunda República por el Partido Radical Socialista; Azaña la nombró directora general de Prisiones, mejoró considerablemente la vida de los reclusos, e incluso creó un cuerpo femenino de funcionarias de prisiones. Pues a pesar de su demostrado progresismo, se opuso al voto femenino. Muchos otros personajes destacados de las izquierdas también se oponían por el temor a que muchas mujeres, influenciadas por los confesionarios y por la patria potestad de sus maridos o padres, acabarían votando las derechas. Y la verdad es que así ocurrió en las siguientes elecciones, en 1933, aupando al poder nada menos que a Gil Robles y a Lerroux en comandita quienes, en efecto, se cargaron casi todos los avances de los dos primeros años de República.

Ahora, Mario Vargas Llosa, en la convención del PP, viene a sintonizar con los que se oponían al voto femenino, aunque este caso nuestro Nobel amplía sus reticencias ante los que "no votan bien"; incluso dijo que es mucho más importante "votar bien" que la propia libertad de votar. La verdad es don Mario ha ido mucho más lejos que Victoria Kent, pues cuestiona el voto -universal- de todos aquellos que no votan lo que a él le parece deseable. Ya puestos, debería haber ahondado en la cuestión y reivindicar el antiguo y acreditado sistema del "voto censitario": solo tenían derecho a voto aquellos ciudadanos que eran propietarios, porque argumentaban que solo los que tenían poder económico tenían acceso a la educación y a la información. Con eso se quitaban de en medio a toda la gleba, analfabetos, pobres, insurrectos, mujeres y demás baja estofa de la sociedad. Vargas Llosa se conforma con que los rojos no voten. Y los pobres y miserables menos, porque como no estudian no saben donde tienen la mano derecha, que es la buena, claro. Por supuesto, esta salida de pata de banco no desmerece su gran calidad como novelista. A ver si van a empezar algunos a quitarle méritos literarios como se hace con tantos artistas eximios en cuanto lse descubren un defecto físico o moral.

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