Veintitrés mil pollitos

Cuan presto y necesario nos valdría cuajar un poquito de sensibilidad y hasta de sentido del horror

El título, que me turba, no es metafórico, es el de un minúsculo suelto mediático, perdido entre los culebrones politiqueros, comadreros y vulgarismos insustanciales con los que nos construyen, día a día, una realidad huera que. a pesar de todo, alientan y dan forma al "proyecto de vida" de tanta y tanta gente, que asusta. Porque son proyectos onfálicos que solo aspiran a mecerse vegetando entre calma chicha o mediopensionista, acaso con algún leve oleaje ocasional o de salón. Pero a resguardo, por favor, de extravagancias que pasen por husmear por ahí, fuera del corralillo lugareño. Por implicarse en algo distinto al carpe diem. Ajenos a los signos ciertos, aunque aún llevaderos, que alertan sobre males sobrecogedores que serían evitables solo con tomar conciencia colectiva de su magnitud. Un signo de esos como tal vez fuera lo que pasó hace poco en el Aeropuerto de Barajas, cuando alguien encontró a 23.000 pollitos muertos, olvidados entre hangares, por desidia burocrática o sabe dios qué otras indolencias paganas, sin que nadie lo advirtiera ni remediara. Sin que nadie escuchara ningún pío/pío de los pollitos en tránsito. Y sin más pena que la del comerciante que lamentará no tanto su pérdida, quizá asegurada, como la de no ganar algunos euros. No sé a cómo cotiza el pollito, pero vaya, puesto a no saber tampoco conozco el costo social de los bebés humanos malogrados, o sea que mueren, día a día, por miles, (hay quien habla de uno, ¡cada dieciséis segundos!) entre los que mata el hambre o se ahogan en los mares procelosos (perdón) en los que sus madres se adentran huyendo de las miserias, guerras y plagas que los matan allá donde los parieron. Como pollitos, las criaturitas, sin decir ni pío. Ni estar asegurados, porque a ellos no hay quien los asegure. Aunque no, tampoco les pediré una lagrimilla para ellos, ni la condena para quienes patentizan su autismo ante unas cosas u otras. Solo escribo para compartir alguna reflexión casi de reojo y ya puesto, a desear, hoy a abogar también, a que avivemos el seso, como nos advertía Manrique, y advirtamos cómo se vienen las desgracias, pandemias incluidas, tan callando. Cuan presto y necesario nos valdría cuajar un poquito de sensibilidad y hasta de sentido del horror, ante la frivolidad con que despilfarramos proyectos personales y convivimos insensibles con el holocausto de tantos millones de vidas comercialmente superfluas.

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