Ya sé que el ex presidente González no goza hoy de demasiado predicamento entre sus correligionarios. Pero, dada su indudable experiencia, sus opiniones y diagnósticos siguen siendo relevantes para cualquier observador imparcial.

El pasado lunes, Felipe ha vuelto a hablar de Venezuela y nos ha dejado algunas ideas sobre las que reflexionar. Para él, se acerca el final del ciclo chavista, algo que debería acontecer pacíficamente, tras la pertinente negociación entre opositores y poderes fácticos del régimen. En verdad, la situación allí resulta insostenible: más que en un problema político o en el objeto de complejos movimientos geoestratégicos, Venezuela se ha convertido en un pavoroso drama humano, en un territorio donde la muerte, la miseria, el dolor y el exilio son realidades penosamente cotidianas.

No cree González que ni Rusia ni China terminen jugándosela en la crisis venezolana. Tensarán la cuerda cuanto les convenga, aunque, a su juicio, no existe un riesgo grave de que lleguen a romperla. Tampoco considera que exista un auténtico peligro de conflicto bélico con Colombia: al cabo, señala, el ejército venezolano "está tan desolado como el resto del país".

Afirma Felipe no entender a Zapatero, al que considera engañado por Maduro, en su tozudo afán de promover un diálogo que no lleva a ninguna parte y que sólo da aire al asfixiado gobierno bolivariano. Igualmente, discrepa del planteamiento simplista de la UE. Es de ilusos, señala, reclamar elecciones inmediatas "cuando no hay censo, no hay Consejo Nacional Electoral, no hay Tribunal Supremo" desembarazados de la caprichosa voluntad del dictador.

Su reproche más duro lo dirige a la propia izquierda. Manifiesta, así, su sorpresa porque una parte de ésta defienda "una tiranía sin paliativos". "Es -subraya- una cleptocracia ligada a los peores y más sucios negocios. Maduro ha conseguido algo que parecía imposible, destruir un país como Venezuela en un lapso tan reducido de tiempo".

De su análisis, me quedo con la advertencia que realiza a quienes, dentro y fuera, se esfuerzan en justificar la ignominia: "no será aceptable, concluye, que vuelva a ocurrir como sucedió con Stalin o con Hitler" y haya gente que después se escude en la ignorancia. Cuando aflore el horror, no valdrán excusas: tan responsables serán los que por activa lo causaron, como quienes, por pasiva, jalearon y alargaron la agonía de una sociedad literalmente masacrada.

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