Ventolinas informativas

Uno se pregunta si tanto revuelo no será por algo más que por ser la víctima periodista

Clamaba la periodista mexicana y Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2018, Alma Guillermoprieto, en su discurso protocolario de la gala celebrada el pasado 19 de septiembre, que durante este año, aún sin concluir, ya habían sido asesinados cuarenta y cinco reporteros en el mundo, solo porque a alguien no le gustó lo que dijeran. Un dato espeluznante pero apenas publicitado. Sin embargo, unos días después, se asesinó al cuarenta y seisavo periodista, Jamal Khashoggi, y el mundo entero se conmovió. Y porque todos oímos lo que oímos y leímos lo que nos escribieron, condenamos ese crimen más que los cuarenta y cinco crímenes anteriores. Cómo no condenarlo, claro. Aunque me pregunto, porque no alcanzo a entender en qué consiste el matiz diferenciador, por qué no se nos contarían antes, con parecido ardor, otros crímenes o por qué no se reprobó con tanta contundencia mediática y diplomática a otros países en los que perecieron el casi medio centenar de reporteros, sin más reseña que algún suelto o columnilla obituaria de recuerdo.

Y entre la perplejidad del dispar tratamiento informativo y ante las imponentes penitencias armamentistas que se sopesan, uno se pregunta si tanto revuelo no será por algo más que por ser la víctima periodista. Si no habrá razones de oportunidad geopolítica (esa difusa divinidad que los griegos conocían como Kairós), o de interés propicio para que alguien coseche ventajas económicas. Y se pregunta por qué si Riad es tan mala no se le sanciona en sus intereses petrolíferos o financieros, que quizá sería más disuasorio que negarle cinco corbetas y unas cuantas bombas. Y me sorprende, lo confieso, que sea justamente Turquía, un país implicado en múltiples denuncias sobre los derechos de la prensa quien lidere las pesquisas en defensa del periodista saudí. Y recuerdo que en EEUU, donde se eligen y cuecen las noticias que recibe el resto del orbe, se derogó en 1987 aquella ley de 1949 que prohibía la manipulación de cuestiones públicas sin honrar su fiabilidad. Y acabo escamado, recelando si acaso no será que vivimos en cándida inopia, balanceados por ventolinas informativas de ocasión cuyo origen e inextricable justificación real, nos columpia así o asado, nos condiciona creencias y sentires, nos altera humores e inteligencias al gusto del gran fuelle que mueve el rumbo del mundo hacia donde nadie, ni los del fuelle, saben dónde.

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