Venturi

Robert Venturi acaba de morir a los 93 años y su crimen fue escaparse del movimiento moderno

Hace décadas a los arquitectos se les consideraban dioses y se les llamaban como tales, pero no a los españoles, sino a los norteamericanos. Así estaba el dios blanco, Richard Meier y el dios gris, Robert Venturi. Evidentemente era un recurso periodístico para alabar a la generación de arquitectos que venía después de los verdaderos dioses, Mies van der Rohe y Le Corbusier. Los arquitectos españoles no contaban entonces en este circo porque ya se creían dioses ellos mismos y andaban hipertrofiados de conocimientos y no se vendían internacionalmente, salvo Bofill, padre. Luego vinieron los hipertecnológicos, Norman Foster, y los extravagantes, Jean Nouvel, (el del pepino de Barcelona). Robert Venturi acaba de morir a los 93 años y su crimen fue escaparse del movimiento moderno que limó la arquitectura hasta dejarla plana y rectilínea, donde menos era más (me explico: cuanto menos cosas, más mejor) y replicó: menos es aburrido. Así, después de miles de copias de cajas de cerillas y fachadas de cristal, empezó a utilizar el color, gris, para su casa más simbólica, pinceladas de alegría en la resaca de la limpieza étnica anterior. Y todo degeneró en la extravagancia de sus predecesores, donde la alegría se convirtió en publicismo, fuegos artificiales, odio a la línea recta, carreras de lapicero para atreverse a hacer algo más raro, más imposible, más extravagante y más horroroso. Venturi reinventó la arquitectura como discurso, es decir, como planteamiento antes que como práctica, como manifiesto, que fue el suyo Complejidad y contradicción en arquitectura. Es decir, la puerta abierta la evolución natural en la arquitectura o a que cada uno haga lo primero que se le ocurra, (yo me decanto por pensar que se entendió esto último). Recibió, él, el premio Pritzker, (un equivalente al Nobel en arquitectura), años después de su rival, Meier, y sin mención para su partner/partenaire, su esposa, también arquitecto y compañera de firma. Los ingenieriles high tech pasaron de él y crearon otra arquitectura, espectacular y tecnológica, y en esa vía se alzó al vuelo Calatrava, un español, más afín a lo blanco y puro. Como era de esperar, todos los españoles de boina le tiraron piedras y le amenazaron con el garrote. Cuánta España no hubieras tenido en tus américas de Princeton donde lo grande no es odiado, empequeñeciéndote, hasta ser un arquitecto español, con boina y todo.

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