Verano anormal

No es solo anormal el verano, sino cualquier tiempo que transcurra durante y después de una pandemia

L A nueva normalidad -extendida ocurrencia aparte- no es otra cosa que una anormalidad. Y el verano, en que se estrena, ha de ser, por tanto, un verano anormal. Término, en ocasiones, despectivo, para señalar inferiores capacidades, físicas o intelectuales, a las que corresponderían a la edad de las personas, pero que se utiliza, con más sentido, a fin de denotar lo que se encuentra fuera de su estado natural o sin las condiciones que son propias, debido ello a circunstancias accidentales o, como es el caso, excepcionales. Claro que no es solo anormal el verano, sino cualquier tiempo que transcurra durante y después de una pandemia. Si bien, el verano tiene razones que el virus sí entiende, más proclives para su curso infeccioso por más causantes de la relajación y el descuido. Ver algunas playas con la arena parcelada y drones, cómplices del Gran Hermano, para regular la entrada y la saturación es una meridiana muestra de la anormalidad, como asimismo la perdida animación de los lugares de encuentro, la menos concurrida ociosidad de los paseos callejeros al caer las tardes y todas esas expresiones del ánimo -mesuradas unas, intempestivas otras- que el estado de vacaciones predispone. No se olvide, por otra parte, que estas últimas, las vacaciones, o su algo añosa consideración de veraneo, no son un disfrute general. Excepción hecha de los asimismo antañones rodríguez, para el verano con cierto desahogo nunca dieron los bolsillos apretados. Y, por mor de la pandemia, la legión de trabajadores amenazados por la espada de Damocles del ERTE retraerá los disfrutes veraniegos, por limitados que fueran. Como además está ocurriendo con el ahorro de las familias, que ha crecido significativamente porque el "cuando esto acabe" se concatena con el "por si acaso". Además de la inmensa mengua del turismo internacional que, de momento, prescinde del sol y playa por temor a que haya algún bicho invitado. Incluso, ay, los amores de verano dejarán de ser lo que fueron -¿vendrán o ya están aquí también amores anormales con la pandemia, ante la que ha llegado a recomendarse el sexo creativo?- para enfriarse con la disciplina de la distancia o de la realidad virtual -otra contradicción prima hermana de la nueva normalidad-. Todas estas desventuras, y otras más, trae un verano anormal, no por tórrido y achicharrante, su condición natural acrecentada, sino por haberle tocado estrenar el infausto nuevo tiempo, este sí, de una pandemia vigilada.

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