Verano impropio

Ante los reclamos y las ociosas rutinas del verano, la pandemia lleva a reacciones contestatarias e impropias

Lapandemia resistente todavía no ha pasado a la historia porque le falta la distancia del tiempo. Es más, parece estar en una de esas acomodaciones arriesgadas que trae la mayúscula capacidad de adaptación del género humano. De resultas, ante los reclamos del verano, que rompen las puertas de la clausura hogareña, donde se templan las inclemencias invernales de los días cortos, caben al menos dos maneras generales de desenvolverse con el virus por medio.

Una es la que busca el encuentro festivo, exacerbado por el confinamiento del estado de alarma, sin que las normas de las autoridades sanitarias o la intervención policial ante su incumplimiento disuadan a los más jóvenes -y no tanto- de concentrarse casi como una reacción, a medias entre contestaria y clandestina, al estado de cosas que impone la invisible determinación del coronavirus. Se rompe, con ello, la primera unanimidad del miedo, ante la pavorosa irrupción de un virus mortal que trastocaba grandemente la valiosa, pero poco valorada, normalidad de los días. La eficacia de las vacunas, la disminución significativa de los fallecimientos en la fúnebre leva del bicho inmundo, los efectos más atemperados de la infección, la ausencia de una regulación común en el Estado que haga más viable la adopción de medidas y su control, entre otros factores, pueden explicar esta situación con el acicate de la expansión de los ánimos constreñidos por el distanciamiento.

Sin embargo, otras formas hay de situarse, igualmente debidas a la capacidad de adaptación pero en sentido inverso: no el de romper con los cuidados o prevenciones y actuar como si no resultaran necesarios, sino justo lo contrario, mantener la guardia alta incluso cuando pudiera haber condiciones para relajarla; dada esa otra adaptación a las medidas que alteran, no poco, la normalidad. Por eso el uso de las mascarillas -y la sonrisa oculta- sigue siendo habitual para muchos. Y el verano, tan señalado como tiempo entre paréntesis en la normalidad de los días no atravesados por la pandemia, se desdibuja por la desnaturalización que esta impone. De ahí la sensación de un verano impropio, aunque cualquier tiempo tomado por el virus lo haya sido, porque las ociosas o festivas rutinas del ocio -incluso las placenteras penalidades de los "rodríguez", si es que no son una antigualla sociológica- cursan sin una espontaneidad genuina.

Verano contestario, verano impropio.

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