Verdad y mentira en el arte

El artista auténtico es aquel que sigue su latido personal de manera honesta e inquebrantable

E N una reciente entrevista, cuajada de intensas reflexiones poéticas que encierran -no obstante- una racionalidad muy pensada, Antonio López afirma que "el arte sobrevive si está hecho con la nobleza de la verdad". Se refiere a los artistas y a las obras que perduran, a los que permanecen vigentes, fascinando a distintas generaciones por igual. El de Tomelloso usa aquí el término "nobleza de la verdad" para referirse a la autenticidad en el arte. Su aserto, por tanto, podría traducirse como "perdura sólo el arte verdadero, que es aquel que nace de la autenticidad". Por mi parte he disertado en otras ocasiones sobre esta cuestión en este mismo espacio de opinión y con el mismo Antonio muchas veces en la intimidad de nuestros respectivos talleres. En esencia, el arte verdadero sería la antítesis del mal arte, del arte impostor, situado en esta visión como aquel que surge desde la trampa, la mentira que -como dice el refrán- tiene las patas muy cortas. Puede engañarse a corto plazo, pero el paso del tiempo deja en evidencia a los impostores o -como a Antonio le gusta llamarlos- a los sinvergüenzas. Muchos demandarían entonces un compendio de criterios para saber detectar y clasificar a los buenos y a los malos artistas, a los verdaderos y a los falsos, a los auténticos y a los impostores. Argumentarían también, no sin razón, que habría que designar a aquellos jueces que estuvieran capacitados para, en último término y en base a esos criterios, separar el grano de la paja, designar con su dedo infalible a los buenos artistas e igualmente a los caraduras, condenados ya por su juicio certero a las profundidades del averno. La cosa, obviamente, no es tan fácil, y corre el riesgo de adentrarse en los pagos de la subjetividad, del relativismo, territorios indeseables cuando se trata de materias estéticas. Para zanjar el asunto de la forma más convincente posible, diré que la clave es saber a que nos referimos, en arte, cuando aludimos a eso de la "autenticidad", pues aquí sería sinónimo pleno de "verdad". Siendo el arte una transcripción poética y personal del mundo, una traducción emocionada de la realidad, el artista auténtico es aquel que sigue su latido personal de manera honesta e inquebrantable, enfebrecido y apasionado, sin dejarse condicionar por factor ajeno alguno, y que es capaz de transmitir esa emoción en obras ejecutadas con el conocimiento técnico preciso para que el receptor final de la mismas las sienta con la misma intensidad que quien las creó.

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