¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Vietnam

Da la sensación de que se han dado cuenta de que detrás de tanta declaración de independencia no había casi nada

Los noveleros del gremio -que somos legión- han avisado del peligro de que la aplicación del artículo 155 se convierta en "un Vietnam" para el Gobierno. Nosotros, más dados al casticismo, preferimos utilizar la metáfora de Flandes, ese sumidero por el que escapó todo el oro y los esfuerzos políticos de la España del Siglo de Oro. Historias aparte, las primeras noticias apuntan a que Cataluña, lejos de convertirse en una selva infernal o en un pantano infecto, va camino de retomar la normalidad política y ciudadana. La imagen de las banderas de España y Cataluña tremolando sobre el palacio de la Generalitat, que ayer ilustraba la portada de este periódico, nos indican hasta qué punto los insurrectos no se creen su propia mentira y no quieren dar más pruebas a la Fiscalía para que los lleve ante el juez, algo que tarde o temprano ocurrirá.

Da la sensación de que los independentistas se han vaciado emocionalmente. Después de meses de tensión y movilización, se han dado cuenta de que detrás de la tan ansiada declaración de independencia no había casi nada. Apenas unos diputats acongojados que cantan Els segadors por lo bajini, unos alcaldes de pueblo blandiendo el bastón, y algunas calles de Barcelona llenas de basura tras la farra del viernes. Los acontecimientos contemporáneos, sean del tipo que sean, suelen acabar siempre igual, con sus pantallas gigantes, sus tipos beodos que saludan a las cámaras de televisión, sus amoríos exprés y muchos residuos esparcidos por el paisaje. Parafraseando a la copla veraniega, la política también es un carnaval.

Es evidente que la clave del éxito de la aplicación del 155 se encuentra en la correcta celebración de las elecciones el 21 de diciembre. El primer peligro que se divisa es un posible boicot de los partidos nacionalistas que reste legitimidad a dichos comicios. Pero esta jugada puede volverse en contra de los tahúres del soberanismo. Si la participación es aceptable, los independentistas se podrían ver fuera de las instituciones autonómicas, con la consiguiente y trágica pérdida de poder, de fondos económicos, de puestos de trabajo para los leales, de cuota de aparición en los medios públicos (adiós a TV3), etcétera. Los partidos políticos son máquinas de intereses personales y colectivos que no está diseñados para resistir fuera del ecosistema institucional, por mucho que los de la CUP (esos sí que son noveleros) hablen de pasarse a la clandestinidad. Los independentistas también pueden vivir su particular Vietnam.

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