La tapia con sifón

Vino y vida

No hay sociedad en el mundo que no tenga sus drogas para sobrellevar la vida

Ayer se celebró el Día Mundial sin Alcohol. Nada que objetar, salvo cuando muchos aprovechan para cargar contra el vino utilizando un silogismo facilón: el alcohol es malo, el vino tiene alcohol, luego el vino es malo. Tan facilón como este otro: el resveratrol es bueno, el vino tiene resveratrol, ergo el vino es bueno. Es evidente que ambos argumentos son tramposos, porque emplean el viejo truco de arrimar el ascua a su sardina. Nadie dice que hay que tomar vino para estar más saludable, es verdad que el vino tiene alcohol, pero además del resveratrol tiene unos cuantos componentes más y, sobre todo, efectos y consecuencias variados. Por ejemplo, y no es fútil, alegra el espíritu. No lo voy a poder expresar mejor que Gregorio Marañón: "no es exagerado titular de semi-divina a la única medicina de la tristeza humana, a la que cura siempre; y que jamás hace daño si se administra con prudencia (…) Los médicos, cuando se nos ha pasado la pedantería juvenil, sabemos que todas las enfermedades, las reales y las imaginadas, que son también muy importantes, pueden reducirse a una sola, a la tristeza de vivir (…) Vivir, en el fondo, no es usar la vida, sino defenderse de la vida, que nos va matando; y de aquí su tristeza inevitable (…) La eficacia del vino en esta lucha contra el tedio vital, es incalculable. Puede convertir en ilusión la pena más profunda que puede padecer el hombre, que no es la del amor, ni la de la ruina, ni la de la enfermedad, sino la de vivir." Amén.

No hay sociedad en el mundo que no tenga sus drogas para sobrellevar la vida, hasta en los más recónditos lugares de la Amazonía o de islas perdidas de Oceanía; en no pocas con alcohol, que se puede obtener de cualquier fruta o verdura, fermentando sus azúcares con la saliva o con lo que sea. Con el vino hemos añadido refinamiento: el vino se disfruta con la vista, el olfato, el gusto y el tacto. Y con la conversación alrededor de una mesa. Así disfruté esta semana con un "Fino en rama" de Fernando de Castilla. Fue en Alejandro y nos acompañó con solvencia en toda la comida en la que hubo, entre otras cosas, una delicada crema de coliflor, un potente caldo de pescadores y hasta "caldo quemao" con sus gachas. ¡Qué alegría, caldos calenticos! Con lo difícil que es encontrar caldo, sopa o consomé en los restaurantes. Y estos de Alejandro son de categoría superior.

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