Visitar el museo

Vagan sin rumbo fijo, como los tontos, de aquí para allá de forma arbitraria, y nunca leen nada

El otro día, en las salas nuevas de la ampliación del Centro Pérez Siquier, una profesora de secundaria me preguntaba si, aparte de las visitas guiadas para grupos, hacíamos también otro tipo de actividades más lúdicas, divertidas o entretenidas, dirigidas a adolescentes. Tenía alumnos de unos quince años y planeaba traerlos a los museos, pero temía que la experiencia les resultara aburrida, un tostón insoportable para ellos. La pregunta de esta chica me dio la medida, alarmante, del tipo de sociedad que hemos creado -al menos en este mundo ficticiamente desarrollado- en el ámbito de la formación y del conocimiento. Y por supuesto, del grado de tontuna insoportable. Así las cosas, es evidente que hay dos tipos de personas. Unas encuentran en -al menos- alguna rama o disciplina del conocimiento, un camino interesante, un disfrute y un enriquecimiento que les permite crecer intelectualmente, hacerse como seres humanos y ser felices (aunque sea moderadamente). Otras, en cambio, no encuentran interés en parcela alguna del saber, aunque sea para dedicar sus esfuerzos en el tiempo libre; trabajan por lo general en lo que no les gusta para ganar dinero y mantenerse y, el resto del tiempo, se lanzan a la piscina del ocio estéril -Schopenhauer dixit- y al mundo de los placeres mundanos, tan fugaces, estériles e improductivos. Esta segunda opción de vida es una huida hacia delante, que genera una cada vez mayor insatisfacción, la sensación de estar siempre incompleto, vacío, necesitando en todo momento diversiones tontas y superficiales, para no caer en el tedio insoportable y en la sensación de ser un fracaso de individuo. En este sentido, contemplar como realiza la visita cada tipo de público a través de las cámaras de vigilancia instaladas en las salas de los museos es un privilegio aleccionador. El primer tipo de personas hacen visitas pausadas, contemplan y se detienen en lo que más les interesa, leen la información junto a las obras y comentan con sus acompañantes. El segundo tipo vaga sin rumbo fijo, como los tontos, de aquí para allá, miran alguna pieza que le llama la atención, pero apenas las detiene unos segundos, nunca leen nada y de ahí se van a otro sitio de forma arbitraria, y en pocos minutos se despacha la visita. Para concluir, recordar que los museos son prolongaciones, en muchos aspectos, de la escuela, de la formación reglada. Los de arte, en especial, educan la mirada estética y nos enseñan a explicar poéticamente el mundo. Y eso es una rama del conocimiento muy importante.

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