Carta del Director/Luz de cobre

Vivir es urgente

Recuperar la coherencia o el criterio ya es un episodio imposible y un capítulo por escribir

Línea de Fuego es la última novela de Arturo Pérez Reverte. En ella el escritor nacido en Cartagena nos aproxima la parte humana de la Guerra Civil española. Un conflicto seguramente olvidado por las generaciones actuales, en especial por aquellos que tratan de emponzoñar de manera "partidista y miserable" muchos de los discursos que nos inundan y nos ahogan en la actualidad. La intención del autor de Alatriste o Falcó es que cuando el lector lleve "cien páginas leídas no le importe a qué bando pertenecían los personajes de su novela, todos ellos jóvenes en el frente, que perdieron la guerra, independientemente del lado en el que estuvieran". Porque, recuerda, fue común a ambos bandos la facilidad con la que echaban la carne al matadero. La batalla del Ebro, de hecho, ocurrida en julio de 1938, es la más emblemática y la más sangrienta, con 20.000 muertos, del "choque de carneros" que fue la Guerra Civil española.

Por oscuro que pueda ser este episodio, que lo es, al leer la novela no he podido evitar hacer una traslación con la situación que estamos viviendo con la pandemia de coronavirus y cómo la sociedad española y quienes nos gobiernan la estamos llevando en el día a día.

Vivir es urgente y aquellos que dictan las leyes, las órdenes y los decretos, se han enzarzado en una maraña de compromisos, declaraciones, mentiras, medias verdades y falsedades de las que ya no pueden escapar. La tela de araña tejida en torno a la muerte, al luto y a la indecencia supera cualquier camino que nos lleve a la normalidad. Recuperar la coherencia o el criterio ya es un episodio imposible y un capítulo por escribir. Tanta inmundicia en pos de un rédito electoral cercano hace complejo cocinar un menú degustación en el que los comensales, los ciudadanos, se levanten de la mesa con la sonrisa puesta y con una generosa propina en el platillo de la cuenta del camarero.

Tengo la desagradable sensación de que nadie, o casi nadie, está por la labor de coordinar una respuesta común, establecer un mínimo de prioridades y discurrir por la senda de una batalla mucho más dura y cruenta que la del Ebro. Si aquella, costó miles y miles de vidas, la que libramos en este ya casi año contra el coronavirus, se acerca a pasos agigantados a los cien mil (cifras no oficiales, claro). Es tanta la urgencia en vivir, en recuperar la normalidad y siento tan lejano el quórum necesario para afrontar con garantías de éxito la lucha contra un enemigo invisible, que no me atrevo a pronosticar el fin. Tan sólo taponamos la herida cuando sangra y ponemos el parche para que la vía de agua no hunda el barco, pero el avance es tan paupérrimo y negruzco que bajar los brazos es más que una opción. "Es lo malo de estas guerras. Que oyes al enemigo llamar a su madre en el mismo idioma que tú", como recoge Reverte en la contra de su novela.

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