Vivir es velar

Sacar tiempo a las noches, para ocuparse de cometidos menos propios que las obligaciones, es vivir más

Veinte años no son nada si se trata de recordar lo que, por ser materia clásica, resulta ajeno a la caducidad del tiempo. Por eso mismo, no solo se entiende a la luz del tiempo propio, sino allende los siglos. Cuestión distinta es juzgar los acontecimientos pretéritos, de largo tiempo atrás, con los criterios contemporáneos, ya que de esa forma cursa el nefasto mal del presentismo: valorar lo que tiene explicación, e incluso justificación, en su tiempo, como si aconteciera ahora mismo, cuando resultaría improcedente o inaceptable. Plinio el Viejo, allá por el primer siglo d. C., con un precursor afán enciclopédico, reunió en treinta y seis libros un conjunto mayúsculo y exhaustivo de todo lo conocido, en su momento, sobre la Historia Natural. Dedicado a quien sería el emperador Tito, con el que tuvo amistad y trato cercano: «Para nosotros, eres el mismo que en la convivencia de los campamentos, sin que la grandeza de tu fortuna haya cambiado en ti nada, salvo poder hacer todo el bien que quieres». Afirmaba Plinio entonces, pero con vigencia intemporal, qué distinto es tener un juez asignado por sorteo que elegido personalmente, como también son bastantes diferentes las atenciones a un huésped invitado que a quien se presenta por propia voluntad. Sostiene el autor, con un notorio exceso de modestia, en la dedicatoria a Tito, que su magna obra son «escritos de escasa entidad», acaso por no tratarse de «estudios placenteros», sino áridos y no graciosos de contar o poco gus-tosos para los lectores. Si bien la magnitud del propósito es excelsa: «Es ardua empresa dar no-vedad a lo viejo, autoridad a lo nuevo, brillo a lo anticuado, luz a lo oscuro, gracia a lo tedioso, credibilidad a lo dudoso: en una palabra, a todas las cosas su naturaleza y a la naturaleza todo lo que le pertenece», después de leer o revisar cerca de dos mil libros y recoger veinte mil informa-ciones, afirma Plinio. Ya que él no se dedica solo a escribir y ha de buscar los momentos de ha-cerlo, entre otros cometidos principales: «Porque somos hombres y estamos llenos de obligacio-nes, de modo que nos dedicamos a estos asuntos a ratos sueltos, o sea, por las noches: que nin-guno de vuestra casa piense que estamos ociosos a esas horas. A vosotros os dedicamos el día. Ajustamos el sueño a lo que pide la salud, siendo para nosotros suficiente recompensa pensar que, mientras nos entretenemos con estas cosas, vivimos más horas». Por lo que Plinio proclama, y los siglos no deben negarlo, que vivir es velar.

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