Vocalice, que no entiendo lo que dice

Ese ataque a la persona se convierte en un desprecio a todos los que comparten su forma de hablar

El otro día, en uno de esos choques con los que se construye la eterna campaña electoral que nos obligan a aguantar, Iglesias Turrión le espetó a García Egea que con la mascarilla se nos entiende peor y que, en consecuencia, sería bueno que hiciera el esfuerzo de vocalizar. Tras la esperada respuesta de que España tiene muchos acentos distintos, resultó que el problema ya no era aquél, sino la velocidad de pronunciación, a lo que el otro le respondió tildándolo de "campanudo". Sí, ésta es la realidad del debate político en España: usar la diferencia para atacar a la persona en vez de aprovechar la coincidencia para resolver nuestros problemas.

Las imágenes de la variación lingüística (los "acentos", entre otras cosas) como identificador de la preparación o fiabilidad de una persona son universales, me temo. La "patavinitas" entre los romanos, el habla ch'ti entre los franceses, las expresiones del redneck para los estadounidenses, definen a la persona por el "acento". Incluso a la contraria: el "Oxford blurr" caracteriza al pijo formado en aquella Universidad y, en consecuencia, digno de todo crédito y respeto. Para los muy españoles y mucho españoles, criados a golpe de sainete, cualquiera que se coma las eses finales es un cateto y, en consecuencia, se descalifica solo. ¡Ay, aquellos tebeos catalanes de nuestra infancia en los que el ladrón, la criada, el portero o el quinqui usaban el "asento andalú, quiyo"! Las cadenas privadas de televisión convirtieron las hablas andaluzas en indicio de tonto buena gente. La misma displicencia que se encontraba cuando se decía que las criaturas de aquí daban clase en el suelo. La misma que se ve en eso de pedirle a alguien que vocalice, que no hable tan rápido.

Denostar a alguien por su forma de hablar se llama en Retórica argumento "ad hominem". Se trata de una falacia consistente en atacar al otro por cómo es y no por lo que defiende. Es vergonzoso tener que oír tales insultos a la inteligencia en el Congreso de los Diputados y, sobre todo, ese ataque a la persona se convierte en un desprecio a todos los que comparten su forma de hablar, entre los que hay votantes de todos los partidos. Hablar como en Madrid no es mejor ni peor que usar las peculiaridades murcianas. La lengua debería unirnos pero, si ni siquiera lo único que tenemos en común nos puede unir, está claro que podrán usarla solo para una cosa: enfrentarnos.

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