A Son de Mar

Inmaculada Urán / Javier FornieLes

Whatsapp

¿Puede usted prescindir de whatsapp? ¿Puede acudir al banco de 9 a 10 para retirar dinero?

Whatsapp cambia ahora las condiciones por la prestación de servicios y pide su conformidad antes del 15 de mayo. Imagino que ustedes, como nosotros, habrán dado el clic para aceptar. Detrás de ese sencillo acto se esconden los problemas ante los que nos encontramos y la grave indefensión del ciudadano frente a las grandes corporaciones surgidas en torno a la tecnología.

La técnica es siempre la misma. Un servicio se nos presta en principio de forma inocua. Suele ser gratis, es una ayuda eficaz y se jalea siempre como un canto a la libertad. Todo son beneficios en el mundo idílico en el que creemos vivir. Como en un supermercado todo parece luminoso y al alcance de la mano. Luego la prestación voluntaria se transforma en un servicio ineludible y en un monopolio exitoso. Mientras, los gobiernos lo utilizan en su propio beneficio, cobran por mirar a otro lado o asisten impasibles al 'libre intercambio' de servicios.

Pero ¿puede usted prescindir ya de whatsapp? ¿Puede incluso acudir al banco de 9 a 10 para retirar dinero o está ya casi obligado a recurrir al cajero o a pagar con tarjeta? Las medidas de seguridad eran antes responsabilidad de los bancos; ahora son compartidas. Estamos aún en la etapa de noviazgo, pero ¿se nos recordará, cuando no haya alternativas, que es nuestra responsabilidad poner otro pin o vigilar dónde damos la tarjeta? La nuevas herramientas traen grandes beneficios, pero también potencian los vetos y las manipulaciones en la información, el empobrecimiento de los medios de comunicación o la pérdida de puestos de trabajo en numerosos sectores. Su uso es tan necesario como el control sobre sus responsables. Durante siglos la civilización y la democracia han consistido en impedir la intromisión del Estado en nuestra correspondencia y en nuestra vida privada. A esos logros hemos renunciado con alegría para dejar que negocien abiertamente con nuestros datos personales. "Yo no tengo nada que ocultar", dicen algunos. No imaginan lo terrible que puede ser la pérdida del espacio necesario de intimidad, no tener un mínimo refugio, y que todo quede expuesto a la codicia o a la curiosidad de los demás. Ni imaginan cómo algunos pueden despiadadamente aprovechar esos datos para acosarnos o reducirnos a la impotencia.

En otro tiempo se renunció a la herencia por un plato de lentejas. Dentro de poco habrá además que pagar.

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