Wittgenstein en la Intermodal

"Revolucionario será aquel que pueda revolucionarse a sí mismo". Frase del filósofo Ludwig Wittgenstein

En mitad de unas vacaciones en el Zapillo, el conocido pensador recibió una visita de una amiga suya. Fue algo muy fugaz, apenas el encuentro de un solo día entre cafeterías y paseos que le llevaron a una larga conversación sobre el aspecto profesional y personal. Ese día hacia frio por lo que Wittgenstein aprovechó para cubrirse con un abrigo de cuello alto y disimular sus facciones. No deseaba ser reconocido aunque había aceptado el encuentro dado los problemas que estaba teniendo en la universidad. Tras varias horas de encuentro sus paseos terminaron en la estación Intermodal, donde la chica debía coger un tren. Allí, mientras observaban como entraban los pasajeros en la máquina y antes de subir, el filósofo aprovechó para decirle que se estaba planteando dejar la universidad y refugiarse en la Sierra de los Filabres. En su juventud había sido profesor de primaria allí. Ella se asusto y le solicitó que depusiera tal actitud. No obstante le dijo entonces que había estado equivocado y que necesitaba contar a ciertas personas su error: a los niños que habían sido sus alumnos en un pueblo de la sierra antes mencionada. La chica se sorprendió aún más. Llevaba un tiempo pensando que para ser un filósofo del lenguaje tenía momentos de gran profundidad moral. ¿Para qué quería ir ahora a disculparse a ese lugar? ¿Tan mal profesor había sido? En efecto Wittgenstein era la única persona que conocía que había sido capaz de escribir un libro y tiempo después otro para cuestionar las cosas que él mismo había dicho. Lo cual no deja de ser muy loable: admitir que uno se equivoca; que no es poseedor de la verdad absoluta. Admitir el error conduce al debate de la dignidad y de la autenticidad. Es decir, uno es más digno cuando ejerce de sí mismo y eso se logra, en parte, admitiendo lo que no es (o donde uno se equivoca). La virtud socrática está ahí: en la humildad intelectual. Dicho esto, el tren comenzó a desplazarse. Ambos se asustaron y comenzaron a correr detrás de él. En un ademán el pensador logró subirse. Pero la chica, exhausta, se detuvo cuando entendió que había perdido el tren y venia como se alejaba. Casi el borde de un ataque de nervios el revisor vino a consolarla. "No se preocupe"- Le dijo - Pronto vendrá otro tren-. "¿No lo entiende?" - Respondió ella alterada-. "El tren era para mí, él solo había venido a despedirse".

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