Cuentan que Zoido, como Heidi, sube cada tarde las escalinatas de la torre principal de la catedral de la Almudena para intentar ver, en lontananza, las cumbres nevadas de la Giralda. Cuentan que el ministro se fue de Sevilla con un nudo en la garganta, angustiado de morriña, por eso coge el AVE cada vez que puede, y como España en noviembre y en diciembre es como el Vasco de Gama lisboeta, esquiva su melancolía a saltos sobre pilares en forma de la fiesta de la Almudena, de la Constitución, de sus sábados y de sus domingos. Tardó en despedirse más que Antoñete, pero vuelve una y otra vez, y no a su casa, que también, sino a la calle hispalense. No sé cómo estará el resto de España, pero Sevilla se sale de vigilada. A Zoido le explicaron que la política se hace en la calle, metáfora que él se tomó de modo literal como el primer mandamiento de un alcalde, y por eso perdió la Alcaldía al cabo de cuatro años, el despacho estaba impoluto y el listado de sus promesas adoquinaba la SE-40. Así como hay maníacos a los que les da por comprar sin límites, Zoido prometía a los diestros y a los siniestros. A todos los ministros del Interior se les agria el carácter, incluso enferman, es el sillón más agresivo, pero el sevillano ha confundido Castellana 3 con una canonjía vaticana. Él sólo quiere ser (el) alcalde, ya le ocurrió lo mismo cuando presidió el PP.

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