Zorro y lobo en el gallinero

El idilio vivido del centro-derecha español se rompió de tanto usarlo. Y es que se acercan elecciones

Un patio de colegio. Hora del recreo. Algunos profesores conversan entre sí, con mirada al frente, sin perder de vista las corredurías de los niños para abortar cualquier conato físico o verbal. Al fondo, justo debajo del alcornoque centenario que orienta a todo forastero que visita la escuela por primera vez, se cobija el mayor de los pupilos de la clase de la "seño" Ana. A veces displicente, otras socarrón, y sarcástico como el que más, a aquél le gusta observar al resto de sus compañeros de pupitre. Inmóvil en su asiento, planifica mientras examina el movimiento de los demás, algo congénito en él, tanto como su aparente tranquilidad, la misma del pazo que lo vio nacer. De repente hoy llama su atención el nuevo de la clase, un hijo de padres catalanes llegados al empezar el curso. Este último, vivaz, por momentos algo bocazas, y con cara de no haber roto un plato, se ha ido ganando la confianza de todos desde que apareció, motivo de la desconfianza del gallego, y de su preocupación, lo que evidencia la estudiada indiferencia que le muestra, así como los mensajes de menosprecio que le hace llegar a través de sus subalternos de bancada. Esta escena colegial es una fiel estampa de otra escena que puede trasladarse al cuadrilátero político actual, incluso también al barro periodístico. Reléanla otra vez, sabiendo que Mariano Rajoy y Albert Rivera ahí están. El idilio vivido del centro-derecha español se rompió de tanto usarlo. Y es que se acercan elecciones. Dos años en la sombra, y las expectativas creadas en Cataluña, son demasiado tiempo para unos "riveritas" con ambición. En cambio, poco plazo parece para los "marianistas", reacios a rendirse sin batir en duelo a los liberales declarados, sin embestir como morlacos hasta su muerte electoral. Si fuese uno de esos tantos analistas que proliferan últimamente en medios de comunicación, montado en mi carrusel dialéctico tal vez diría, con voz y pose circunspecta, que la sabiduría del viejo zorro gallego se bate en duelo ante el hambre del joven lobo de la burguesía. Puede que añadiese que la templanza analítica del botafumeiro pretende ahogar el ímpetu fresco y estratega del pijo progre. Pero, lo que seguro afirmaría, por resultar evidente, es que Rajoy, aunque lo niegue, y debe negarlo, está acongojado, por no decir "popopeado", con las encuestas. No es para menos. Es su plato de comida. Mariano, vienen curvas.

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