Nuestro Zuloaga en Bilbao

Son momentos de muchas tendencias en la capital del Sena y la posibilidad de muchos caminos

Acabamos de recibir -enviado por Miguel Zugaza, a la sazón director del Museo de Bellas Artes de Bilbao- el libro catálogo de la magna exposición "Zuloaga, 1870-1945", que estos días se celebra en la capital vizcaína. Acaso la más importante muestra de obras -un centenar- consagrada hasta hoy al ilustre pintor eibarrés, auténtico emblema visual de la generación del 98. Es, sin duda, uno de los acontecimientos culturales más importantes de nuestro país para este verano. La exposición traza todo el periplo creativo del gran artista, desde sus comienzos parisinos hasta los últimos años de su vida, en los que incluso satisface encargos retratísticos del franquismo. Hay un altísimo porcentaje de obras nunca expuestas antes en exposiciones dedicadas a Zuloaga, lo que hace esta muestra aún más atractiva todavía. Aunque faltan algunas obras maestras emblemáticas -se echa en falta a la Gitana del loro o al Cristo de la sangre-, la selección realizada por los comisarios es verdaderamente excepcional por la extraordinaria calidad de las piezas y lo bien representados que están todos los periodos y temáticas. En la espléndida publicación, entre las obras que figuran en la exposición, se reproduce nuestro "Retrato de Monsieur Banchy", que tan bien conoce la sociedad almeriense, pues aparte de permanecer siempre colgado en nuestra colección permanente de Olula, la obra viajó hace unos años como pieza invitada al Museo Doña Pakyta. Hace unos días, operarios de SIT recogieron a nuestro viajero, que permanecerá en Bilbao casi cinco meses. Banchy es, todavía, un amigo desconocido -para nosotros- de Ignacio Zuloaga, pese a los reiterados intentos por descubrir su identidad. No hemos encontrado referencia alguna al personaje en cartas o testimonios del pintor y sus contemporáneos. No se le cita nunca en toda la bibliografía existente. El cuadro está dedicado "a mi amigo Banchy" y fechado en 1894. Pintado al parecer en París, en lo que parece el interior de un café o un restaurante. Pese a todo, y dada la escasez de pinturas atribuidas a Zuloaga en este primer periodo, es una obra muy significativa de la etapa parisina, cuando el artista está buscando su propio lenguaje, su universo personal. Son momentos de muchas tendencias en la capital del Sena y la posibilidad de muchos caminos. Son evidentes las influencias de Manet o Whistler, del naturalismo fin de siglo, e incluso de sus amigos los modernistas catalanes Rusiñol o Casas.

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