La abstracción anodina

Colgar un cuadro realista en la pared es como meter a un ser vivo en nuestra casa

Hacia 1520 pintó Tiziano el célebre conjunto de bacanales y otras escenas para la Cámara de Alabastro del palacio de Alfonso d'Este en Ferrara, y cuarenta años después las no menos icónicas "Poesías" -también mitologías- para Felipe II. Medio siglo más tarde, en los inicios del Barroco, Carracci calificó a las primeras como "las pinturas más bellas del mundo", y ya en nuestra época, Lucian Freud -el más laureado pintor realista de nuestro tiempo- afirmó exactamente lo mismo refiriéndose a dos de las "Poesías", "Diana y Acteón y "Diana y Calisto". Los príncipes del Renacimiento gustaban rodearse de estas bellas y cultas obras, donde los artistas podían explayar su talento sin cortapisas. En su ideal arcádico del mundo clásico antiguo, las mitologías eran el cauce para expresar la naturaleza humana en su verdadera dimensión. Los dioses grecorromanos, tan profundamente humanos, definen nuestras pasiones y anhelos y nuestros dramas y júbilos a la perfección. Estas escenas, que exaltan sin censura la sexualidad, la naturaleza, la violencia o los deleites como un compendio de la vida, se colgaban en estancias privadas bellamente decoradas a la antigua -con pilastras y molduraciones- y abiertas a jardines y vistas pastoriles. Por el contrario, el mundo contemporáneo más oficializado y poderoso de hoy prefiere siempre composiciones abstractas e impersonales para decorar tanto sus espacios públicos representativos como los privados o domésticos. Basta echar una ojeada a las fotos de los Consejos de ministros, a los despachos de la Moncloa o a las habitaciones privadas de los nuevos ricos que van presumiendo de buen gusto y coleccionismo de fuste. Los cuadros abstractos más anodinos -que nada dicen de nuestra vida- se cuelgan en espacios arquitectónicos fríos y desornamentados, heredados de un racionalismo estético por completo ajeno a las emociones humanas. En el mundo clásico, hasta las columnas y molduras son representaciones del cuerpo, y el gran arte civil y religioso del pasado es la expresión de una sociedad dura, curada de espanto. Nuestro mundo de hoy, tan tonto y edulcorado, vive ajeno a la verdad. Y colgar un cuadro realista en la pared es como meter a un ser vivo en nuestra casa, alguien que marca su lugar e impone sus reglas. Por eso, los hombres poderosos de hoy prefieren los cuadros abstractos; les dan un estatus de "modernidad" y los revisten de una mayestática neutra, sin posicionamiento, que seduce a montones de imbéciles.

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