Comunicación (Im)pertinente

Francisco García Marcos

La acomodación de Corinna

A estas alturas tampoco tiene demasiado interés una nueva astracanada borbónica del Emérito

Aveces, los grandes descubrimientos científicos reparan en cosas que, por sencillas, habían pasado desapercibidas. En lingüística, a principios de los 90 Howard Giles tenía listo uno de esos momentos, su teoría de la acomodación. Allí se explica que cuando hablamos nos acomodamos a quienes nos leen o escuchan. De paso, se activan procedimientos que, o bien favorecen la proximidad al interlocutor (convergencia) o, por el contrario, subrayan la distancia con este (divergencia).

La declaración judicial de Corinna Alexander en Suiza presenta una excepción no prevista, en principio, por Giles: ficciona la convergencia para esconder su profunda divergencia hacia los potenciales receptores de sus mensajes que no son únicamente los letrados helvéticos, sino el pueblo español en general.

Esto, por lo demás, es lo sustancial de la intervención de Corinna. A estas alturas tampoco tiene demasiado interés una nueva astracanada borbónica del Emérito, dado su prolijo y público historial. Lo que sería de verdad noticioso, no sé, es que hubiese decidido recluirse en un monasterio para dedicar su vida a la oración y las obras pías.

La declaración de Corinna resulta sumamente interesante desde el punto de vista comunicativo, por las inmediatas connotaciones que transporta. Nos ha explicado que los 65 millones de euros recibidos del Emérito, en realidad, fueron un regalo por gratitud. Una afirmación así solo se puede sostener desde la convicción de que esos lejanos interlocutores potenciales, 46 millones de españoles, somos completamente memos. A ello habría que añadir un segundo dato en la estrategia comunicativa empleada por Corinna. Debe estar persuadida de que los españoles aceptarán cualquier explicación, por bochornosa que resulte. No deja de tener su lógica. Está hablando quien durante un tiempo fue de facto reina de España, por lo que tampoco es tan de extrañar que nos considere súbditos, bien es verdad que en una acepción casi medieval del término.

Todo esto, por lo demás, encierra una curiosa paradoja. La institución monárquica vuelve a recibir un nuevo revés, en una sucesión casi ininterrumpida que el propio Emérito inauguró en Botsuana. Sin embargo, su imagen personal sale reforzada. Después de granjearse favores a razón de 65 M de euros nadie osará seguir llamándolo Juan Carlos de Bobón. Lo mismo lo echan de la Casa Real, pero seguirá portando el eterno cetro de los calaveras.

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