Cada vez que suenan tambores de guerra hay voces que piden apaciguar al agresor. En los años previos a la II Guerra Mundial, esa actitud la tuvieron bastantes líderes europeos ante las provocaciones y amenazas de Hitler. La "política de apaciguamiento" la encabezó el primer ministro británico Chamberlain y ahora, Podemos encabeza en España la oposición a hacer frente a los intentos de Putin de comerse Ucrania. Alguien dirá que el caso no es comparable a la situación de los años treinta que hemos comentado arriba. Pero algún parecido hay: Hitler se engulló una parte de Checoslovaquia con la excusa de que era una zona poblada por alemanes y Europa lo permitió. Es lo mismo que hizo Putin hace ocho años, cuando se apropió de Crimea, y nadie en Occidente movió un dedo. Hitler, como se vio con las manos sueltas, se anexionó Austria. Tampoco pasó nada. Pensaban que se conformaría con eso, es decir, que se "apaciguaría". Pero el resultado fue que se envalentonó ante la pusilanimidad de las potencias europeas, y se coló en Polonia. Ahí ya no se aguantaron más y se lió la larga tragedia sanguinaria que todos (o casi todos) sabemos.

Hemos puesto "casi todos", porque en estos tiempos adanistas nadie se acuerda de la Historia. Lo grave es que estos muchachos de Podemos -y otras fuerzas políticas más o menos afines- que son doctorados universitarios, mayormente en Historia, Política y cosas parecidas, no apliquen este elemental razonamiento a la situación actual, y están pidiendo a voces que no se mande a proteger a Ucrania ni un recluta con un máuser. Otro aspecto de su actitud que nos llama la atención es que muestren afinidad con Putin. Que ya tiene mérito la cosa. También en aquellos años treinta había filonazis en Inglaterra y otros países, como el inglés Oswald Mosley, que apoyaban a Hitler. En el caso actual, los puntos de contacto entre Podemos, Batasuna, Cup y demás tropa no se nos ocurren que puedan ser otros que su admiración por el sistema de gobierno ruso actual, de férreo control de la oposición y de los medios de comunicación, con métodos que recuerdan a los Borgia y la ¿extinta? KGB. Se ve que les gusta más que nuestras blandengues democracias parlamentarias. Que además de cargarse derechos y libertades se esté cargando la economía de Rusia no parece que les importe tampoco. Al fin y al cabo, las hambres son y serán para los rusos, mientras estos de aquí siguen mamando cómodamente del erario público (admítase el pleonasmo).

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