Carta del Director/Luz de cobre

La agricultura de Almería y los intentos de dañarla

Afirmar que las condiciones de vida de todos son buenas me parece una mentira con las patitas muy cortas

Los invernaderos de Almería son capaces desde hace décadas de alimentar los paladares de los europeos más selectos y de los que no son tanto. Desde Irlanda a Polonia o desde Francia a Noruega, las hortalizas de la provincia son imprescindibles, casi insustituibles, en las mesas de 500 millones de continentales. La demanda, por fortuna, no para de crecer, aunque los intentos de dañar la imagen de aquellos que les dan de comer o llenan sus estómagos van en paralelo a nuestra capacidad de mejorar, avanzar, seleccionar y producir los productos de la huerta con más sabor y ecológicos de cuantos se puedan encontrar en los mercados.

No quiero decir con ello, tampoco lo pretendo, que no exista margen de maniobra para mejor y, claro está, que no cometamos errores. Como las meigas en Galicia, ‘haberlos haylos’. Avanzada la premisa hay que reconocer los esfuerzos de las administraciones competentes, pero sobre todo de los agricultores y de los empresarios del sector, en ir casi por delante de los tiempos o de lo que demandan los mercados. Fuimos capaces de caminar en la senda del residuo cero, convertimos los invernaderos en fábricas limpias de ecología, nos aliamos con los “bichos buenos” para acabar de forma limpia con las plagas y avanzamos en la búsqueda de soluciones a los residuos plásticos y orgánicos como, posiblemente, no se haga en ningún lugar del mundo.

Por delante tenemos ahora un nuevo reto morrocotudo, hablando de forma coloquial. Fuimos tierra de emigrantes y ahora somos receptáculo de aquellos que llegan en busca de un futuro mejor. Afirmar que las condiciones de vida de todos son buenas me parece una mentira con las patitas muy cortas. Es una aseveración si no falsa, sí carente de los elementos y condimentos de una verdad. Dicho esto, no lo es menos que los propios empleadores trabajan cada día en mejorar las condiciones de sus empleados, ya no económicamente, que también, si no encontrando soluciones habitacionales que les permitan vivir con dignidad. En todos los casos, claro está, no está solucionado y, posiblemente no se haga en años. Entre otras razones porque cuando una familia sale de una vivienda chabolista la ocupa otro que acaba de llegar. Un poco la parábola del sabio pobre y mísero.Pero de ahí a que sea la propia la administración la que aliente campañas difamantes hacia un sector empleador y que crea riqueza a nivel nacional media un abismo. Digo esto, porque todavía espero a la ministra de Derechos Sociales, Ione Belarra, abrir la boca para desautorizar la campaña de Justicia Alimentaria en la que deja, por ser suaves, en un indecente mal lugar a la agricultura de esta tierra. Si no ayudan, trabajando en positivo, que es lo que esperamos, al menos deben controlar qué destino tienen los fondos que reciben las asociaciones y cómo los usan. Sólo con ver la campaña antes, el problema se habría evitado.

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