Otra vez le despertaron los golpes y los gritos. Estaba dormitando sobre el sofá, el volumen de la televisión estaba muy bajo, pero el ruido de fondo se le hacía insoportable. Sospechaba que sus vecinos el día menos pensado saldrían "dos por tres calles", aunque aparentemente formaban una pareja bien avenida, él sabía la verdad oculta. Fijó su mirada en una esquina del techo, una finísima tela, de hilos invisibles, había atrapado en su interior a un pequeño insecto, aunque desde la distancia no podía distinguir de cual se trataba. Contemplaba curioso la escena, el batir alocado de sus alas tratando de desprenderse de aquella red que le impedía volar y poder huir de la trampa mortal que lo retenía. A unos centímetros apenas, una miserable araña peluda se dirigía hacia su pequeña víctima, y adivinó la gula en sus ojos. El pobre insecto se agitaba cada vez con mayor violencia, seguramente el avance de su secuestradora hacía vibrar los hilos de la tela que la tenía presa. La indiferencia con que observaba la escena era patente, la vida estaba así diseñada, pensó entre dientes. Se levantó y pudo observar como el sol se estaba poniendo, contemplando un horizonte incendiado, y un mar en calma, nada iba a cambiar si la araña cumplía con su cometido. Pensó que esto ocurría desde que su amada compañera le abandonó un día, abatida por la cruel enfermedad que la consumió. Ella no habría consentido nunca que la araña campara por sus respetos por los techos y paredes de su casa, de un escobazo habría acabado con aquel reino del terror. Meditó sobre lo que ocurría a su alrededor y lo poco que se interesaba por ello, quizá una intervención a tiempo podría solucionar o evitar una tragedia. Antes de volver al sillón, hizo una llamada, era su obligación. Volvió a sentarse y comprendió que el pequeño insecto tenía los segundos contados, la araña estaba a milímetros de él, y este había dejado de mover sus alas, seguramente aceptando el final inevitable que intuía. Lo dudó, pensó que nada iba a cambiar si se levantaba, pero si emulando a su esposa, daba un escobazo a tiempo, podría desbaratar un final que parecía diseñado de forma inalterable. Se levantó de un salto, y en un "pis pas", la tela había quedado entre los pliegues de la mopa. Escuchó un sonido en la escalera, tocaban en la puerta de enfrente, una voz grave, decía: abran, policía!. Un escalofrío recorrió su cuerpo, se dirigió a la mirilla y a través de ella pudo contemplar la escena: un hombre salía esposado entre dos policías, iba en silencio, con la cabeza gacha, no creía que fuese avergonzado, solo sorprendido, quizá iba pensando cómo huir de la red en la que estaba atrapado. Abrió la puerta, y su vecina le miró agradecida, apretando su mano con el pulgar dentro. Cuando volvió a su casa, la araña había desaparecido y al insecto incrédulo le faltó tiempo para volar libre de toda atadura.

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