El amor es dejar marchar

Tanta conmoción como decidir sobre la propia muerte debiera provocar la incapacidad para evitarlo

En una caja de cartón, que se movía como si contuviera algo vivo, un recién nacido argentino, abandonado a su suerte, se agarraba a la vida hasta que fue encontrado por tres jóvenes que dieron con la caja de sorpresas por unas de esas casualidades que se dicen azarosas cuando no hay forma más clara o justificada de encontrarles razón. Sobre su pecho, una nota daba cuenta de su nombre, de su nacimiento el martes de la semana pasada y del porqué del abandono: "Me llamó Mateo. Nací el martes a las 20:35. Mi mamá me dejó acá porque no puede cuidarme". Además se encomendaba en esa nota, a quien encontrará al bebé, que llamara a su padre: "Se llama Joaquín y todavía no lo sabe. Este es su número. No puedo cuidarlo ni tenerlo". Y la ma-dre, tras reconocer el amor a su hijo de pocos días, esperaba que algún día pudiera perdonarla.

El domingo pasado, escasas jornadas después, una joven holandesa, de diecisiete años, Noa, ha perdido la vida tras tomar ella la decisión de que así fuera y para cuyo fatal desenlace se abre la controversia sobre si se ha tratado de la práctica de la eutanasia -como inicialmente se anunció, aunque después parece comprobarse que no ha sido así- o de un suicidio asistido. Además de anunciado, ya que Noa adelantó en las redes sociales que en breves días moriría como resulta-do, sobre todo, de la inanición. Tras abusos sexuales cuando tenía once y doce años, en fiestas escolares, y después de una violación a los catorce, en un callejón de su ciudad, Noa manifesta-ba que ya ni siquiera podía sobrevivir, porque se le hacía muy cuesta arriba la vida, no vivía, desde bastante tiempo atrás. La anorexia, el estrés postraumático y la depresión se cebaron con ella, hospitalizada en muchos casos con una sonda nasogástrica. Contó la falta de recursos ante el deterioro mental que sufría en un libro, Ganar o perder, y afirmó, en el preámbulo de su muer-te, aceptada por sus padres, que "El amor es dejar marchar". Decidir sobre la vida propia, todavía más sobre la ajena, no debiera ser cuestión sujeta al arbi-trio de la coyuntura, a la ausencia de alternativas o recursos a propósito, o a la precipitación de la voluntad, cuando los días no son un regalo de la vida sino una herida abierta por la tortura del vivir. Por eso el derecho a decidir debe cuidar sobremanera su objeto y no extenderse como facultad universal. Aun así, tanta conmoción como decidir sobre la propia muerte debiera pro-vocar la incapacidad o falta de recursos para evitarlo.

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