Comunicación (im)perinente

Francisco García Marcos

El ángel exterminador

A VECES buscas fotos de cuando eran niños. Allí están atrapados sus gestos, sus risas, sus juegos y, sobre todo, sus ojos con mirada limpia y entusiasta. Es apenas una brizna fresca, también necesaria, no para vivificar el recuerdo, sino para tratar de eludir el presente, aunque sea por un solo instante. Pero esa ilusión se evapora, de inmediato, y te aboca a la cotidianidad áspera y empinada de todos los días. El pequeño de la foto hace tiempo que dejó de estar, casi que dejo de ser. Ha quedado reducido a la categoría de ente indefinido, aparcado en un rincón inerte de la vida, mutado en vegetal andante, secuestrado por las sustancias de las que no puede evadirse. De todo lo que fue y de toda la vida que contagió hoy solo quedan unos ojos exentos de mirada, una huella de un ser que se va derritiendo lentamente. Y es tu hijo. Tú, y tantos miles como tú, difícilmente seréis noticia, aunque viváis como protagonistas legítimos de esas historias que, silenciosas y silenciadas, circulan en el subsuelo de lo diario, en el pulso inconsciente de nuestras ciudades. Los medios recogerán las actuaciones policiales contra los narcos, las quejas de los vecinos a quienes roban la luz, las imágenes con la droga incautada, algún que otro plan oficial. El resto no aparecerá por ningún sitio, probablemente porque todo el mundo lo conoce. No son noticia la connivencia de los narcos con los poderosos, sus métodos para blanquear dinero, la lasitud judicial con ellos, transitando sin complejos por los juzgados, entrar y salir como si nada. Hubo un tiempo en que te extrañó que todo esto no fuera objeto de atención prioritaria para los políticos. Hasta que al final comprendiste que prefieren dejarlo así. Mueve mucho, demasiado, dinero; genera mucha, demasiada, alienación. Mientras están perpetuamente adormilados, tu hijo y otros como él no piensan, no critican, no se oponen a nada. Los viejos camaradas estalinistas llevaban razón. Las drogas son un instrumento fatídico y letal del capitalismo. Solo que tú, y tantos miles como tú, sois una parte sustancial del drama que implican las drogas, a diario, sin tregua, como un goteo estridente y vejatorio. A menudo te sientes desamparado, solo en mitad de la tierra. Es entonces cuando, a lo lejos, se perfila Harry el Sucio en formato de Ángel Exterminador. Notas el taconeo de sus botas, firme y decidido. Notas su mano en el revólver, calentando la culata, para que todo esté dispuesto. Notas cómo masculla que se le alegra el día cada vez que se cruza con un narco, antes de pegarle dos tiros y ejecutarlo en nombre de una ley no escrita, que tú sientes como moralmente legítima. Te sobrecoge haber llegado hasta ese extremo. Es entonces cuando el Ángel Exterminador desaparece y tú te quedas solo en casa, con tu hijo hecho un fardo en su cama, respirando sin vida. A ti, y a miles como tú, se os pasa la mala conciencia. Y rezáis, "Ángel Exterminador que estás en los cielos….".

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