Un año después

No hay receta que valga para todos cuando nadie sabe qué ocurre ni por qué

H ACE ahora un año desde que todos los esquemas se nos rompieron: un virus del que nos decían no ser más peligroso que una gripe fuerte hizo al mundo frenar en seco y convirtió nuestras vidas en trompos y derrapes. De repente, nuestra manera de existir y ver las cosas se esfumó. Los abrazos, las reuniones, los besos, el partido del domingo y el cotilleo del jueves se quedaron en el armario de los recuerdos o en el cajón de los proyectos. Todo lo que dábamos por seguro se trastocó de la noche a la mañana. Como animalillos, nos obligaron a quedarnos agazapados en las madrigueras mientras nos llegaba la ominosa cuenta de la crisis, la enfermedad y la muerte. A la luz perturbadora del móvil, hubo quien enloqueció con los mensajes salidos de los cubiles del inframundo, hubo quien, por falta de contacto humano, tiró a la basura su máscara y se nos reveló en todo su inhumano fulgor y también quien se ensimismó, quien se refugió en paraísos artificiales, quien, sin más esperanza que no tenerla, se lanzó al combate.

De todo hemos visto y mucho más nos queda por ver. Cada cual lo ha sobrellevado como ha podido o le han dejado: no hay receta que valga para todos cuando nadie sabe qué ocurre ni por qué. Como Ovidio a punto de partir al destierro, nos quedamos pasmados (cito la traducción de José González Vázquez): "de la misma manera que aquel que, herido por el rayo de Júpiter, sigue con vida, aunque ni él mismo tiene conciencia de su propia vida". Estupefactos, pasmados e inermes, hemos vivido las contradicciones de la nueva normalidad: comparecencias épicas, consecuencias trágicas, impostaciones dramáticas y salidas de tono que, en otros momentos, habrían sido cómicas. Cada palo recibido desgarró la propia vela. Hoy la economía es un verso ambiguo de los Libros Sibilinos, la salud se debate entre la supervivencia y la incompetencia y una insuficiente formación se tiene por educación. A todos nos pasó que no tuvimos: "ni el tiempo ni la tranquilidad suficientes para hacer los preparativos". Estudiantes y profesores fuimos obligados a reinventarnos en un fin de semana sin más que órdenes e instrucciones tan llenos de apariencia de eficacia como carentes de empatía y humanidad. Con la tormenta encima, las víctimas se nos presentan como gotas de agua que moja a otros y nos agarramos a lo que sea, por demencial que parezca, con tal de no ver que esto era la nueva normalidad.

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