Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

La arena entre los dedos

Como cuando el rotring desbancó al tiralíneas, y no mucho después el diseño asistido por computadora liquidó al estilógrafo alemán, siempre quedaron algunos pocos compradores de los objetos desplazados por la obsolescencia y por su prima rutilante, la innovación. En economía se llama a este cuerpo comprador resistente demanda residual, que es la propia de la fase de declive de un producto o servicio. De eso sabemos mucho los terrícolas que vivimos a caballo entre el siglo XX y el XXI, que, cuando ya nos hemos enterado del último cambio tecnológico, llega otro para tirar nuestro gozo al pozo del fuera de fuego de internet, los ordenadores y todas sus castas. Es un sinvivir; la trastienda desagradable de cualquier maravilla. Pasa así con todos los placeres y prodigios: te enganchan y te arrastran del moño; metafóricamente hablando, claro.

Hay otro tipo de demanda residual en estos días donde el inexorable punto de inflexión ha sido rebasado, y las vacaciones más intensas y sus manifestaciones en los lugares habituales u ocasionales comienzan a dar claros síntomas de decadencia, de predepresión posvacacional (es una expresión rebuscada, pero tiene su peluseo). Pasado el 20 de agosto, a algunos les tiemblan las piernas laborales y estudiantiles. Me refiero con demanda residual a los estertores de la exuberancia en las calles de los lugares que fueron abandonados sólo de forma temporal, antes de asistir al eterno retorno de septiembre. Con sus embotellamientos, sus jóvenes suspensos, su vuelta a la normalidad. Una normalidad que los agoreros nos han prometido peliaguda.

Se trata de un fenómeno que se produce en la ciudad desertizada durante un mes y medio: muchos establecimientos cierran por vacaciones, y -voilà- aquellos que quedan firmes en el marasmo urbano cobran un inusitado ambientillo de gente de aquí y de allá, que acude a las fuentes que permanecen abiertas, convertidos en alegres abrevaderos, en lagunas del Serengueti adonde los bichos se congregan sin distinción de especie. Anclados o varados, los no veraneantes no sufrirán tanto la vuelta al cole como los que llegan con apenas dos días para atemperarse antes de reintegrarse a la labor. Sentirán algo de molestia, al regresar, los marcopolos de quincena o dos meses, emigrados a sitios donde era difícil ver a algún nativo. Paradojas de los tiempos corrientes. Corrientes y que, de tanto correr, vuelan. La felicidad que se escapa rápidamente de nuestras manos como la arena entre los dedos (la frase es robada al escritor japonés Kawabata). Arena de playa.

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