El artista dispar

En lo poliédrico está la verdadera expresión del talento humano más poderoso

Hacia 1794-1795, cuando realiza sus más refinados retratos cortesanos por encargo, como los de los duques de Alba o la marquesa de la Solana, Goya pinta, al mismo tiempo y de motu propio, sus primeros cuadros de prisiones, manicomios, violaciones, incendios y asesinatos, temas desconocidos hasta entonces para la pintura oficialista. Tantos en unos como en otros, el pintor muta su sabiduría técnica, su carácter y manejo del oficio, para llegar a resultados óptimos… y dispares. Puede expresar la gracia galante o la violencia más salvaje e irracional. Cuando llega al culmen de su carrera como pintor áulico -con la Condesa de Chinchón y la Familia de Carlos IV- ya ha realizado y puesto a la venta la satírica serie grabada de Los Caprichos, donde el pensamiento ilustrado más revolucionario se expresa sin cortapisas. Después, en los años de la Guerra y posteriores, mientras pinta y graba las violentas y turbadoras imágenes de Los Desastres, realiza numerosos retratos burgueses de finísima ejecución y sabia penetración psicológica. Y antes de exilio, mientras graba Los Disparates -como estallido del subconsciente más siniestro e inquietante- y prepara las paredes de su Quinta para la alucinante inmersión en sus Pinturas Negras, está ejecutando obras religiosas de una profundidad maravillosa, como las Santas Justa y Rufina para Sevilla -con sus cutis y cacharros de porcelana- o la Última comunión de San José de Calasanz para los escolapios. Semejante actividad, tan cambiante de registros expresivos, y con tan excelentes resultados en todos los casos, ya se trate de encargos públicos o de obras estrictamente privadas y personales, solo es posible en artistas inmensos y poliédricos. En Goya está todo. Está toda la vida y toda la condición humana, con sus luces y sus sombras, sus miserias y alumbramientos. Para muchos críticos, historiadores o curadores contemporáneos, obsesionados con encasillar a cada autor en un registro determinado -del que no debe, ni puede, salirse- esta versatilidad resultaría imperdonable. En su limitación intelectual resultaría un síntoma de falta de originalidad y de personalidad; un defecto, en definitiva. Es el resultado que nos ha traído una cierta modernidad mal entendida, propensa a fragmentar los aspectos plásticos y estéticos para un mejor estudio por parte de mentes limitadas, ignorantes de que, en lo poliédrico y multifacético está la verdadera expresión del talento humano más poderoso.

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