Los artistas populares

El pueblo siempre fue ignorante en materia estética, pero en estos tiempos lo es más aún

En En 1909 realizó Sorolla su primera muestra individual en los Estados Unidos, en la Hispanic Society de Nueva York, auspiciada por su creador, el hispanista y multimillonario Archer Huntington. Sorolla colgó unos 350 cuadros y la institución mandó invitaciones a distintas personalidades del momento para el día de la inauguración. No se hizo publicidad en prensa y, sin embargo, durante el mes que duró la exposición más de ciento setenta mil personas la visitaron. El boca a boca cundió como la pólvora, las colas para entrar eran casi kilométricas. La Hispanic vendió los veinte mil catálogos publicados y Sorolla a precios astronómicos la mitad de los cuadros expuestos. No se había visto nada igual. Incluso hoy, hasta para los museos con más medios de difusión, el fenómeno sería imposible de repetir a ese nivel de euforia colectiva. Desde entonces y hasta nuestros días, Sorolla se convirtió en lo que se tachó despectivamente como "artista popular" desde el arte moderno más pretendidamente culto y otras esferas del poder cultural institucionalizado. El caso es paradigmático y digno de estudio -o cuando menos, de reflexión filosófica fundamentada- porque precisamente hoy Sorolla suma al aplauso popular el de la minoría culta que antes lo denostaba. Su obra suscita un consenso prácticamente unánime desde todos los flancos y su figura, injustamente tratada antaño, entra ya por derecho propio en el parnaso de los elegidos. En el gran arte europeo desde el Renacimiento los artistas más dotados, los más virtuosos, eran aclamados por el pueblo. Asombraba su capacidad de representación realista, de trampantojo, de suerte que el espectador fascinado no sabía diferenciar muchas veces entre la realidad misma y lo representado. Este modelo de valoración entró en profunda crisis entre los "inteligentes" a principios del siglo XX con las primeras vanguardias históricas, que resucitaron el arte primitivo y la construcción formal abstracta, bidimensional. Artistas como Sorolla intuyeron al final de su vida el declive en la apreciación de sus obras, al menos desde los ámbitos más "avanzados" de su gremio. El arte nacido de las vanguardias, en cambio, nunca obtuvo el favor del público y sigue sin tenerlo. Es la historia de un divorcio que ha de explicarse por la incultura estética progresiva de una sociedad cientifista acomodada, adormecida y tonta. El pueblo siempre fue ignorante en materia estética, pero hoy lo es más aún. Y los supuestamente doctos también pueden equivocarse. La obra de Sorolla da fe de todo ello.

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