El más atrevido Fortuny

Revela una sexualidad bestial, animal, capaz de espantar a todo puritanismo

"El origen del mundo" es un celebérrimo cuadro pintado por el realista francés Gustave Courbet en 1866, que representa un primerísimo plano del velludo sexo de una mujer con las piernas abiertas y un camisón blanco remangado. La erótica imagen, modernísima para su época por lo fragmentario de su encuadre y una de las más turbadoras de la historia de la pintura occidental, fue un encargo del diplomático turco residente en París Kallil Bey, quien al parecer tenía una importante colección de desnudos femeninos. Lo tenía oculto tras otro cuadro, un paisaje, y solo lo enseñaba a sus amigos más cercanos. El título de la obra no parece deberse al pintor, es con seguridad posterior. En todo caso, el cuadro fue pasando por varias manos, siempre oculto por razones obvias, hasta que se incorporó a los fondos del museo d'Orsay en los años ochenta , exhibiéndose al público por primera vez en 1995, donde todavía continúa. En 2014, la joven artista Deborah de Robertis hizo una performance junto al cuadro, de improviso y sin autorización previa, tan provocadora como la obra de Courbet. Ataviada con un vestido corto -y dorado como el marco del cuadro-se sentó en el suelo y se levantó la falda mostrando sus genitales durante varios minutos ante la estupefacción de los visitantes. En esta acción tuvo un precedente muy antiguo, casi tanto como el cuadro de Courbet: el pintor Mariano Fortuny y su jovencísima modelo granadina Carmen Bastián. En 1871, cinco años después de "El origen del mundo", Fortuny pintó en Granada la que para muchos -entre los que me cuento- es su mejor obra, la única que puede medirse de tú a tú con la pintura francesa más avanzada del momento, formal y conceptualmente hablando. Se trata de un pequeño lienzo que muestra a la gitana Carmen Bastián de cuerpo entero tendida en un sillón de madera, con la falda que acaba de levantarse y mostrando descaradamente su peludo sexo al espectador, al tiempo que lo mira desafiante. Desconocemos si Fortuny tuvo noticias del cuadro de Courbet o incluso llegó a verlo, pero su imagen es aún más franca y atrevida que la del francés; principalmente porque la modelo tiene rostro, nombre y apellidos, y se muestra abiertamente, sin miedo ni prejuicios. El cuadro destila una rudeza tan ibérica -tan goyesca- que apabulla. Revela una sexualidad bestial, animal, capaz de espantar a todo puritanismo, incluido el inocente -e impostadamente progresista- de la tonta sociedad de hoy.

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