La Rambla
Julio Gonzálvez
Nuestra milagrosa memoria
La noche ha sido para mí, siempre, una de mis máximas fuentes de inspiración, pero también tiene infinidad de connotaciones que a muchos los arrastra hacia la inseguridad y el miedo, a otros al nirvana y a otros muchos a la diversión desenfrenada y el vagabundeo desmedido.
Cada noche, cuando voy a dormir, muero. Y la mañana siguiente, cuando me despierto, renazco. (Gandhi)
Encierra algo misterioso en sí misma, porque consigue trasformar la realidad, consiguiendo que todo parezca profundo, hasta las palabras. Una conversación cualquiera cambia de sentido, de signo e incluso de significado si se realiza a plena luz del día o si se realiza durante la noche.
También cambia si se habla en la oscuridad, en la penumbra o ante una luz tenue y parpadeante. Bajo su influjo las actitudes de los conversadores se dejan llevar de la mano de lo mágico, parece que las sombras invitan a la intimidad, al recogimiento, a la confidencialidad, a las promesas sinceras.
El ahora olvidado sereno, (quién no se acuerda de los serenos, el chuzo (palo que siempre le acompañaba), y las palmas para llamarles). Mi primera visita a Madrid con mis padres fue para mí una auténtica novedad verles, en cambio, la vivían en primera persona desde el anochecer hasta el amanecer sin inmutarse, controlando los impulsos del sueño a base de largos paseos y servicios al ciudadano, tal vez, olvidadizo de unas llaves, entre conversaciones de cumplido y distracción y muchos silencios rotos por las palmas.
Bendita seas tú, noche, que cubres y proteges lo bello y lo feo con la misma capa indiferente. (José Saramago).
El insomne la percibe como una amenaza diaria. Para el miedoso, las sombras de la crueldad, porque se siente incapaz de entender la oscuridad sin que le recorra un sudor frío por la espalda y un inmenso desconsuelo por carecer de la suficiente valentía para afrontarla. Los jóvenes entienden la noche como la ansiada libertad. La noche les permite esquivar la aguda vigilancia de sus mayores. En el fondo a todos nos gusta el misterio de la noche, si somos capaces de superar el insomnio, el sonambulismo, el miedo y las obsesiones. Vagabundear por calles desiertas arropados por la penumbra nos induce a la reflexión, al pensamiento fluido y creativo, a la poesía de la persona noctámbula (noctívago). En el fondo todos somos un poco románticos, un poco arriesgados, un poco nocherniegos.
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