A Son de Mar

Inmaculada Urán / Javier FornieLes

Como avestruces asustados

Seguimos sin saber por qué tenemos un paro tan elevado y ni siquiera buscamos soluciones

Miguel Ángel Asturias, el novelista guatemalteco y Premio Nobel de literatura, recrea en una página de El señor presidente una vieja creencia maya sobre la alternancia de los días y las noches. El peso de los muertos hace girar la tierra hacia la noche. Y el peso de los vivos la conduce hacia el día. Y en ese juego se desliza una horrible amenaza: cuando los muertos sean muchos más que los vivos, la noche se hará eterna, no volveremos a ver la luz del sol.

Es una forma como cualquier otra de interpretar el mundo y de buscar una explicación racional para lo que nos desborda y resulta incomprensible. Y nos viene sin querer a la memoria cuando leemos las cifras del paro o se nos habla de las pensiones. Mientras en los países desarrollados el paro suele estar como mucho en torno al 10%, aquí duplicamos normalmente esa cifra. Y a esos números se suman ahora la edad de la población y el aumento de los jubilados con una escasa pensión. Se diría también que en cualquier momento el número de personas que no cotizan superará al de las personas que trabajan y pueden pagar impuestos, e inclinarán la balanza hacia una larga y fría noche. Podemos sonreír con las creencias de los mayas, pero lo significativo es que nuestra actitud no resulta muy diferente de la suya. Sentados, aguardamos lo inevitable, a que el destino se cumpla. Tras cuarenta años de democracia seguimos sin saber por qué tenemos una tasa de paro tan elevada y ni siquiera buscamos soluciones. Con el bienvenido mister Marshall o con el dinero que ahora viene de Europa vamos tirando para trampear los números y evitar que nuestra economía se incline peligrosamente hacia la oscuridad. Permanecer inmóviles para evitar el golpe fatal suele ser la primera reacción ante el peligro. Responde a una herencia que compartimos con el mundo animal. Quizás por eso reaccionamos de forma tan poco inteligente ante los asuntos conflictivos. No hacer nada es lo único que se nos ocurre cuando hablamos también de cómo crece el peso muerto de la deuda. O cuando nos enteramos de que hay importantes universidades en España que han sido hackeadas, que no pueden desarrollar el curso con normalidad. No importa. Seguiremos actuando como avestruces perdidos en medio de la noche, pensando que, si no nos movemos, alguien pagará la deuda o las pensiones o encontrará un trabajo por ahí.

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