La banalidad del heroísmo

Por eso mi ovación la dedico hoy a ellos en general y a todos nuestros Juanitos, en particular

La concesión del premio Princesa de Asturias de la Concordia a los sanitarios por su «heroico espíritu de sacrificio» durante la pandemia del Covid-19, pone su acento en la respuesta admirable de ese colectivo, a la llamada de lo que, al cabo, no era sino su deber profesional. Lo que además ellos hicieron con una naturalidad digna de esa «banalidad del heroísmo», que llamó P. Zimbardo, en contraste con la idea de «banalidad del mal», acuñada por H. Arendt. Porque si ésta se refiere a conductas crueles de gente normal con otros seres, porque asume el cumplimiento cotidiano de lo que le ordenan sin reflexionar sobre la brutalidad inherente en sus actos, la banalidad del heroísmo alude, por el contrario, a la actitud de otras personas también corrientes que enfrentadas a grandes problemas, nos sorprenden con su arrojo ante el peligro, aun arriesgando su vida, para ayudar de los demás.

La mitología griega consagraba un espacio entre el olimpo y los hombres destinado a sus héroes, o sea, aquellos seres especiales que reaccionaban como gigantes, con la grandeza épica que distingue al semidios. Pero estos héroes sanitarios a los que me refiero, para mí que pasan de coronas o leyendas y se limitan a ser ejemplarmente coherentes con sus deberes y sus valores. Algo que todos aplaudimos pero no siempre honramos porque la mayoría, no nos engañemos, vivimos en ese estadio de dulce inercia («intertiae dulcedo», que decía Tácito), de sortear problemas, aun a costa de vivir resignados ante la injusticia con tal de que el bulto no caiga sobre nosotros y que sea otro quien peche con él.

No es el caso de un joven médico almeriense, de solo 30 años, que, en lo más duro de la pandemia, tuvo que responsabilizarse del Servicio de Salud Pública del Ramón y Cajal de Madrid y actuar como «médico de los médicos», porque otros colegas de mayor rango estaban contagiados, haciéndose cargo de los test serológicos masivos a todos los empleados del Hospital. No es el único profesional heroico que nos ha dejado la crisis, y su nombre, Juan Miranda Cortés, acaso tampoco importe, o acaso sí importa, para dar un mínimo de visibilidad al talante modélico que, dentro de los sanitarios premiados con el Princesa de Asturias, muchos jóvenes han mostrado desde riesgos y responsabilidades muy diferentes y todas, vitales. Por eso mi ovación la dedico hoy a ellos en general y a todos nuestros Juanitos, en particular.

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