La banca no pierde

Si tan importante es la banca para el sistema, lo mínimo que podríamos pedirle es una responsabilidad social

La banca, con toda su capacidad y poderío hegemónico, siempre tuvo y mantuvo un estatus legal privilegiado. Por ceñirme al cobro judicial de sus créditos y sin irme muy atrás, valga de ejemplo la Orden Ministerial de 1950 que les permitía fijar unilateralmente el saldo a reclamar y convertirlo en título ejecutivo frente al deudor y los fiadores, sin oírles. Privilegio que al modificarse en 1984 la ley procesal, se reprodujo en otra norma (el art. 1435 LEC) que también preveía un pacto de liquidez análogo para fijar el saldo ejecutivo, patente bancaria -ningún otro sector tiene prerrogativa semejante- que hasta el T.Constitucional justificó cuando algunos recurrimos el desigual trato -contrario al Art. 14 de la C.E.-, por las peculiares exigencias financieras y objeto social, tan exclusivo y excluyente de las entidades de crédito (STC. 14/1992). Y desde luego si en algo se puede compartir tal tesis, es que en efecto la banca -esa entelequia capitalista, tan exclusiva y excluyente- es tan poderosa que nunca debe perder: y que nunca pierde. Uno puede creer que le gana un pleito de cláusula suelo, intereses abusivos, etc., aunque sepamos que luego, lo que al cabo se le reintegre al osado reclamante lo pecharemos todos los usuarios, él incluido, vía incremento de comisiones o costo de préstamos, hasta que se resarza del último céntimo. E intereses. Otros pueden acusarla, acaso con razón, de ser la responsable -con sus fraudulentos productos, A. Greenspan dixit- de la calamitosa burbuja inmobiliaria derivada de la especulación y la desregulación de capitales, crisis que tuvo que sofocarse con recursos públicos porque, claro, los socios de un agente tan básico del sistema, tan exclusivo y excluyente, nunca deben perder: y quizá mejor que nunca pierdan porque si ellos se mojan el sensible piececito adivine quién sufrirá la pulmonía. Aunque si tan importante es la banca para el sistema, y sin duda lo es, lo mínimo que debíamos pedirle, tal vez exigirle, es una responsabilidad social a la altura de su influencia, o sea un talante servicial, una ética bancaria -¿recuerdan aquellas Cajas de Ahorro que los torpes políticos asolaron?- que aspire a algo más que a ganar dinero. Que descubra que la ética es rentable. Una idea, un ideal, que sigue ahí, latente y esperando a que el arte de la política, si algún día la política se hace arte, imponga. Porque en otro caso, la banca nunca pierde.

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