El banco y el mendigo

Esas largas bancadas rojas se han cambiado por otros con un reposabrazos en medio. Imposible tumbarse

En las primeras horas de la mañana en la Rambla de Almería, optimistas ante el día que empieza porque todavía nadie ha tenido oportunidad de arruinártelo, nos cruzamos quienes paseamos el perro de nuestros hijos que duermen (y, si, las recojo). En algunos bancos dormitaban mendigos tapados con mantas de la cruz roja. Esas largas bancadas rojas se han cambiado por otros con un reposabrazos en medio. Imposible tumbarse. Cuando se han hecho comentarios acerca de esos bancos anti méndigos, tuiteros próximos al Gobierno municipal han compartido fotos burlescas sobre tumbarse en un banco. Muy adecuado. Lo que los alemanes llaman ser ciclista: inclinarse ante el manillar -que está arriba- y pisar los pedales -los que están abajo-

No sé si decirlo, pero hay uno, alto, de origen africano, que se protege bajo varias capas de abrigo y habla con alguien imaginario en una lengua que desconocemos, que duerme sentado. Confío que tras la revelación no saquen algún banco que de descargas eléctricas si permaneces mucho tiempo sentado, o algo así.

Alguna vez me he preguntado de donde procedería, que le ocurrió para perder la razón y acabar hablando solo en un banco de Almería, y cuáles serían los sueños que le trajeron aquí. Pero es tan diferente a nosotros que no resulta inquietante, es una pobreza ajena, de fuera. Hay otros. Se han trasladado de dormir en el banco a los soportales. En las mañanas de domingo un bar les sirve café y bollería recién hecha. Uno de ellos tiene una historia que bien podría haber sido la nuestra.

Francisco, así se llama, tuvo un trabajo. Al perderlo no se inquietó demasiado porque podría cobrar el paro y ya saldría algo. El tiempo pasó, la edad jugaba en su contra y cuanto más tiempo en desempleo menores posibilidades de volver al mercado laboral. Del paro pasó a subsidio, y con el subsidio no se cubren gastos. Agotados los ahorros y finalizada esa ayuda, un abril recibió fecha y hora para abandonar su domicilio habitual. Dice el refrán: al perro flaco todo se le vuelven pulgas. Acababa de acceder a una renta activa de inserción, de cuantía igual al subsidio. Estaba en la calle pero era un alivio. Se le envió una citación a su domicilio -que no es el banco de La Rambla- y no acudió y se le extinguió el derecho. Está,ya, un peldaño más abajo en la escala social. En ese en la que se le pueden hacer chistes porque no es nadie.

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