El callejón del gato

La bandera

La bandera de España en el despacho del Jefe del Estado me parece muy adecuada

Estamos viendo que la bandera de España está alcanzando mucho protagonismo en los últimos tiempos. Lo mismo se utiliza para venerarla como para agraviarla. Es como si esa pieza de tela cobrara vida propia cuya personalidad produce efectos positivos para unos y negativos para otros. Mis sentimientos con respecto a la bandera de España no se basan en lo que por sí misma pueda transmitir como símbolo, sino que son múltiples y variados según sea el escenario donde aparezca, o de la utilización que se haga de ella por quienes le otorgan autonomía y capacidad para despertar pasiones. La bandera de España en el despacho del Jefe del Estado me parece muy adecuada, es un elemento tan apropiado para esa estancia como los tomos del Aranzadi en el bufete de un jurista o una foto de Camarón de la Isla en una peña flamenca. Ver a un sujeto sonarse los mocos con la bandera en un programa de televisión me sorprende negativamente, si además me dicen que se trata de un gesto de humor, lo considero una burda torpeza porque no percibo dónde está la gracia. La banderas diminutas que lucen algunos individuos en la muñeca como una pulsera patriótica me sugieren un exhibicionismo inútil por parte de quien la lleva creyéndose más español que cualquier ciudadano cuya nacionalidad española figure en el carnet de identidad. Que la bandera de España aparezca en el Edificio Berlaydon de Bruselas, sede de la Comisión Europea, me produce satisfacción porque significa que pertenecemos a Europa. Por el contrario viéndola como decorado en un escenario donde canta Marujita Díaz aquello de "Banderita tú eres roja…" o Marta Sánchez cantando el Himno Nacional con letra, me causa vergüenza ajena. Si se me extraviara el pasaporte estando en una extraña ciudad, Tokio por ejemplo, y divisara una bandera de España colgada en un mástil en la fachada de un edificio aparente, como corresponde a una embajada, no me cabe la menor duda de que sentiría un inmenso alivio. Las banderas que ondearon los futbolistas cuando España ganó el mundial en el año 2010, sin connotación política alguna, desfilando por el Paseo de la Castellana, las vi con simpatía. Todo lo contrario de lo que sentí viendo las que portaban los manifestantes que acudieron a la llamada del tripartito de la derecha a la Plaza de Colón, que acaparando la bandera de España para darle un uso particular y camorrista, la degradaron reduciéndola a un símbolo sectario de la derecha más radical.

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