Ya basta: un respeto al profesorado

Cuando se contagien, suerte será que no se les eche la culpa de haber puesto en peligro a las criaturas

En la Roma antigua (no distinguiré República e Imperio) hay un tipo humano llamado "paedagogus", de donde "pedagogo". Era un esclavo o un liberto (un esclavo que había obtenido la libertad) encargado de la educación de las criaturas. Un esclavo o un antiguo esclavo, o sea, alguien sin capacidad de actuación o alguien que mantenía vínculos de todo tipo con la familia a la que había pertenecido. Por mucho que nos riamos con lo de que un maestro es más que un ministro porque "magis" significa "más" y "minis" significa "menos", algo es seguro: la historieta, igual que los chistes franquistas de: "iban un español, un francés y un inglés", solo sirve para intentar disfrazar la realidad.

La realidad, según la veo (aunque, como no soy un tontuliano, me equivoco todos los días varias veces), es que las discusiones sobre la vuelta a las clases se caracterizan por un exceso de soberbia y una falta de información. ¿Qué es lo que no se dice? Que las criaturas no tienen que volver al colegio para garantizar su derecho a la educación, sino para que alguien se encargue de guardarlas mientras la familia está en el tajo. Todo lo demás es dudoso: si el derecho a la educación fuera inseparable de la presencialidad, los meses del confinamiento lo habrían conculcado, supongo yo. ¿Y por qué hablo de soberbia? Cada vez que alguien abre la boca, ahí salta la proclama sobre el trabajo y los derechos y deberes de las familias, pero qué trabajo cuesta encontrar a un responsable que hable de los docentes, de protegerlos, de contratar más efectivos: los treinta mil anunciados salen a uno por Centro, ¿saben?

Al profesorado se le trata con una absoluta falta de respeto, como tropa y carne de cañón a la que se mete en la boca del lobo y no se le concede ni siquiera el derecho al pataleo. Ya lo hemos visto antes: los héroes del cuatrimestre del confinamiento han sido padres y madres que han hecho los deberes con las criaturas y una cadena de televisión que emitió unos cuantos materiales docentes. ¿Y los enseñantes, con sus jornadas de trabajo de sol a sol, aún encerrados cuando otros ya podían jugarse el tipo en la calle? Como siguen poniendo su ética profesional por encima de la salud, pues no se habla de ellos y ya está. Cuando se contagien, suerte será que no se les eche la culpa de haber puesto en peligro a las criaturas. ¿Para qué quieres tener esclavos si no los puedes echar a los leones?

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