Los otros belenes

De todos los misterios de la vida de Jesús de Nazaret, es quizá el de su nacimiento el que más nos desconcierta

En la franja del Sahel y el Cuerno de África, miles de niños, muchos de ellos recién nacidos, sufren de desnutrición aguda, causadas por años de malas cosechas y sequías prolongadas, agudizadas por los recurrentes conflictos y sus consecuentes desplazamientos forzados. En Pakistán, las inundaciones del pasado verano dejaron un tercio del país inundado y treinta y tres millones de personas (tres cuartas partes de la población de España) damnificadas. En Ucrania, el recrudecimiento del ataque ruso ha obligado a la evacuación masiva de ciudades del este cuyos vecinos lo han perdido todo. Y así podíamos seguir con Siria, con Yemen… incluso aquí mismo, en los barrios marginales, tan cerca de nuestra casa.

Y en todos estos lugares olvidados nacen niños todos los días, en condiciones no muy distintas a aquel que, como conmemoramos estos días, nació pobre en un pesebre de Belén al que sus padres consiguieron llegar desde la humilde Galilea como dos desarraigados sin posada. De todos los misterios de la vida de Jesús de Nazaret, es quizá el de su nacimiento el que más nos desconcierta: el esperado Mesías se nos presenta, no como el nuevo rey vengador dispuesto a sacar su espada y poner las cosas en su sitio que esperaban los profetas del Antiguo Testamento, sino como un Dios niño, sencillo y sonriente, envuelto en pañales, dispuesto para ser adorado por unos sorprendidos pastores que apenas acertaban a resguardarse del frío de la noche, y unos magos de Oriente deslumbrados por una estrella.

De esa entrañable historia, que ha marcado sin duda nuestra cultura religiosa y sentimental, a este lado más abrigado del mundo nos hemos quedado con la parte que más nos interesa, pero sin preocuparnos por traspasar algunos límites que nos resultan incómodos. Hablo de las repetitivas felicitaciones, de los buenos deseos, de la tradición, de la solidaridad, incluso de cierto sentimiento de pertenencia que nos une, en la adoración al niño, con gentes a las que no conocemos pero que por todas partes andan celebrando lo mismo que nosotros. Bien haríamos, también, en hacer un esfuerzo y pensar en aquellos que no lo están pasando tan bien como nosotros y que, aún hoy, nacen a una vida que no tiene casi nada que darle. Porque en cualquier sitio insospechado todavía hay, dos mil años después, muchos belenes con un niño sin estrella pero que, sin saberlo, están más cerca del misterio que muchos de nosotros.

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