Libertad Quijotesca
Irene Gálvez
La estela de Horemheb
Primero me equivoco de hora en una cita de trabajo. El error en la hora de visita me hace precipitadamente terminar el café chulesco que me estaba tomando en una terraza del Paseo acabando así el rollo ese de pararse a tomar café como si fueras un señor del siglo pasado (el 19). En el interior del objeto de la cita una bolsa de aire caliente impenetrable para el exterior sofoca cada parte de mi ropa, me voy y en la radio oigo eso del virus o el antivirus. Al fin hemos conseguido lo que estaba previsto, cuando ya no hay virus, los problemas los causan los antivirus. Se instalan costosísimos antivirus (yo no) que al no existir virus ellos mismos provocan los problemas. El peor virus es un antivirus, proclamo, y dejo ahí la afirmación para la eternidad. El primero que la he publicado soy yo. Y oigo eso del antivirus y el bloqueo de los sistemas de los aeropuertos, bancos y la tira de cosas y como un habitante del lugar más perdido del mundo pienso: vaya la que se está montando por ahí, menos mal que aquí nunca llega nada. Vaya si no llega, cuando voy todo acalorado a la oficina de arriba de Unicaja del Paseo observo que hay un cartel que tapa la caja, y me digo, ya están cambiando las cosas, y van y me dicen, todo está caído, no se puede hacer nada. No será por el virus o el antivirus, sí ese mismo, qué bien, pues nada, filosóficamente digo pues desconectamos de todo que falta nos hace. Hago tiempo para ir a cortarme el pelo y el cuerpo va diciendo aquí pasa algo raro. El mundo se me hace pesado, hosco, intransitable, o me faltan las energías o algo pasa en el mundo del día inhóspito. Recorro pesadamente las calles, inútilmente intentando resolver nada, la ropa se me empapa de sudor y creo que no voy a llegar a ningún sitio, y si llego, llego como si una gravedad doble hubiera atrapado mi cuerpo envuelto en una temperatura inédita. Todo se está derrumbando y llamo para cancelar todas las citas e irme a mi casa, a acostarme, a dormir y despertar del sueño del mundo imposible. El lunes vuelvo y sigue siendo un mundo desconectado, viajo por el mundo de las sucursales bancarias que dicen que no. Pero una que me dijo una vez no, me dice sí, y me ayuda a la realizar el trámite, eso sí, en un cajero. Ese ángel aparecido me dice que sólo es una pequeña derrota en el camino hacia la victoria. La victoria es sellar por fin el puñetero papel, eso sí, por una mano humana.
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