Los bilaterales

Cabe la posibilidad de que el señor Torra nos convierta en buenos catalanes con su pócima de hierbas

Al poco de su reunión en La Moncloa, la vicepresidenta Calvo ya hablaba de bilateralidad, de fluidez, etcétera, como novedosos frutos del encuentro entre el presidente de la nación, don Pedro Sánchez, y el obsequioso president Torra, nuestro supremacista de guardia, que venía cargado con una garrafa de licor, como Astérix se hace acompañar de una pócima secreta. El asunto de la bilateralidad, sin embargo, no ha quedado claro para nadie, ya que si la grey catalanista puede pensar en una relación de Estado a Estado, con el consiguiente triunfo de su coup d'état, la señora Calvo parecía aludir, sencillamente, a las comisiones y despachos habituales entre administraciones. El hecho, en cualquier caso, es que Sánchez y Torra ya se han visto (este último con su lacito al pecho, como un viejo "detente, bala" del carlismo), sin que el asunto de la bilateralidad, de la bilateralidad real, se haya tocado.

Digamos que la bilateralidad a la que aspira el señor Torra es hija de esa bilateralidad previa que el nacionalismo impone en sus dominios. Para hablar de un conflicto entre naciones, como hacía el difunto monseñor Setién, primero hay que crear el bando de los nacionales. Un bando, lógicamente, del que queda excluida toda esa población inmunda, con el ADN defectuoso, que pertenece, por definición, al Estado invasor, y cuyo concurso en la vida pública debe ser residual o nulo. En el caso del País Vasco, por ejemplo, es sabido que mucho más de la mitad de sus ciudadanos no pueden ingresar en la Administración autonómica por su desconocimiento del euskera. Y otro tanto ocurre en Cataluña, aunque en menor medida. Esta mismo tipo de segregación es el que la señora Armengol promueve en Baleares, con un pintoresco añadido: la señora Argmengol quiere mandar a sus estudiantes a Valencia y Barcelona para que aprendan catalán en el extranjero. Con lo cual, y una vez extranjerizada la población autóctona, sólo queda reclamar la expulsión de los invasores y la creación de un Estado propio donde los limpios de sangre, donde las almas puras (otra vez Setién) hallen consuelo, a salvo de razas degeneradas e impúdicas.

De esta bilateralidad real, existente en España desde hace más de cuatro décadas, no parece que vaya a hablarse en los próximos días. Cabe la posibilidad, eso sí, de que el señor Torra nos convierta en buenos catalanes con su pócima de hierbas. Y entonces uno se pregunta por qué no acabamos de salir del siglo XIX.

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